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Ego Te Absolvo

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Submitted By Billy0906
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Ego te absolvo.

En el confesionario se encontraba, adormecido, casi le resulta insoportable escuchar a aquellas viejas que se quejaban de haber tenido malos pensamientos, de haber comido en exceso, de no haber cumplido sus obligaciones maritales, de esconder restos de un buen postre para ser disfrutado con posterioridad. Escuchó el batir de la puerta. -Una más, pensó, pero la vocecita del otro lado lo sacó de aquel sopor. Con nuevos bríos dijo –Ave María gratía plena, sintió cómo su miembro empezaba a crecer. – Sin Pecado original

concebida.- ¿Desde cuándo no te confiesas? inquirió, en tono amenazante. -Desde la semana pasada Padre. -A ver ¿y por qué has dejado pasar tantísimo tiempo? -Tenía otras cosas que hacer Padre. -¿Como cuáles más importantes que agradar a Dios? No contestó. Dime tus pecados. -Los de siempre Padre, desobedecí a mis padres, me he acostado sin rezar, y me he dormido durante la hora Santa, Padre, y en esta ocasión me encuentro en mis días, tengo mi periodo, creo que no podrá ser la misma penitencia de siempre. -Bien, entonces tú decides hija, tres días de silicio o me esperas en la sacristía. -Padre, pero tengo mi periodo, ya se lo dije. –Sí, pero podemos conmutarlo. –Bueno. -Espérame en la sacristía, alzo su mano derecha sobre la cabeza de ella, ego te absolvo a peccatis tuis in nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti. Amén. -Amén. De inmediato terminó las confesiones y se dirigió a la Sacristía, apurado echó llave a la puerta, al fondo estaba ella, se retiró la sotana con un sólo movimiento, se desabotonó los pantalones, los bajó hasta sus tobillos, y se sentó en la silla de su despacho, estaba erecto, con la mano derecha se estimulaba, estiró su mano izquierda para atraerla hacía él, y le dijo -Tu boca, se siente tan suavecita aquí, chúpalo mijita. Ella se arrodilló ante él, estaba atrapada, quería que todo terminara rápido, cerró los ojos, lo sostuvo con la mano derecha y procedió, el rechazo no se hizo esperar. Vamos mijita, tienes que relajar tu garganta, tú puedes, vamos, como la otra vez. Con la mirada baja dijo: -Pero Padre, es que no puedo. -Sí puedes, verás, respira hondo y podrás. Volvió a intentarlo, él la contemplaba, posicionó su mano derecha en el mentón de ella para sentir la succión. -Así, así, vas bien, sigue, con más fuerza. Se retiró para tomar aire, lo vio a los ojos, esperaba que estuviera satisfecho, entonces él la tomó por la nuca para acercarla nuevamente, resignada respiró profundo y volvió a su penitencia, él disfrutaba al tiempo que decía -Más, mijita, más, recuerda que estás haciendo un servicio a un hombre de Dios, 1

descúbrete el pecho para que pueda acariciar tus senos, son tan bellos. Sin levantar la mirada se incorporó un poco, desabotonó su blusa y el sostén, la atrajo hacia él por un momento para admirar sus pechos, ella imploró a Dios, pero Dios no la escuchó... Una vez satisfecho el Sacerdote de sus pechos, la indujo a continuar con sus afanes orales. Se arrodilló, tomó aire, y dispuesta a terminar pronto arremetió con fuerza, trasladó su mente hacia otro lugar, su cuerpo ahí quedó, escuchó el lamento que de placer exclamó aquel hombre de Dios, el derrame había ocurrido, al fin, quería escupir, pero sintió pena con el Padre, él era casi divino, ¿cómo podría tenerle asco? soportó lo último, abrochó su sostén, abotonó su blusa, reacomodó sus cabellos, cuando él la llamó -Ven mijita. Estaba sentado en su despacho, con una copa de vino frente a él. -Te voy a explicar, mira, no debes tener pena conmigo por lo que acaba de suceder, eso no es pecado, no es igual que con tu novio o con cualquier otro hombre, recuerda siempre que yo soy Sacerdote, que soy el puente para llegar a Dios, y esto que tú acabas de hacer es reparar el puente de Dios, cada vez que tú me haces feliz, Dios lo observa y desde el cielo te bendice e inclina su balanza un poco más hacia el lado derecho, que es el de las buenas acciones, ahora ve, y no dejes pasar tanto tiempo sin confesarte, debes hacerlo cada tercer día, ¿bueno? la próxima vez que vengas ya no vas a estar enferma y podremos cumplir tu penitencia como Dios manda. -Padre, pero cuando me case, si mi novio se da cuenta que no soy virgen ¿le voy a poder decir que no fue pecado, porque fue con usted? -No mi hijita, esto es entre tú y Dios, yo no tengo nada que ver en esto. -Padre, pero desde los quince he estado acostándome con usted cada tercer día, mi papá ya no quiere que venga a confesarme. –Bueno, tú sabes mijita, ¿quién se va a condenar, tu papá o tú? ¿quién arderá en el infierno, tu papá o tú? Y tu noviecito ése, recuerda que es sumamente malo y pecaminoso que te dejes tocar por él, o peor aún besar por él, cuida tu alma, aléjate del mal. -Padre, ¿pero a todas las demás les pone la misma penitencia que a mí? Mira hija, cada mal tiene su medicina, yo soy el médico del alma, yo soy el que sabe de eso. -Padre, pero me da miedo que un día pudiera embarazarme. -Eso no puede ser, ya te dije que yo soy un hombre de Dios, y no puedo embarazar a nadie; anda ve a casa, te espero pasado mañana en la última confesión. -Bueno Padre. Camino a casa, sintió las miradas de las personas que a su paso murmuraban, escuchó al pasar por una de las casas del pueblo: -Es la hija de Mariano Vargas, es la putita del Padre. Se le heló la sangre, sus lágrimas brotaron presurosas, corrió hasta su casa, 2

apenas cenó, no dijo nada, era jueves, los quinqués de petróleo iluminaban con su luz mortecina los interiores de las casas. Puntual como todos los martes, jueves y sábados, a las veinte horas, llamó a la puerta Juan José Estardante Valencia, su ferviente enamorado, tres años antes había pedido permiso al padre de Mariana para visitarla en calidad de novio, era el partido más codiciado de la región, provenía de una familia de abolengo, educado, sano, acaudalado, era obligado el empate de estos dos. Mariana, cinco años menor que él, bonita, dulce, familia posicionada, sabía bordar, tejer, no podía aspirar a más, por ser mujer debía desempeñar abnegadamente la función para la cual había nacido, madre y encargada del hogar. Juan José, formal como siempre, dialogó primero con su futuro suegro, del negocio de la agricultura, de las recientes noticias de la capital, de la presa en construcción. Cuando apareció Mariana en el resquicio de la puerta de la sala de estar, Don Mariano, ceremonioso, se levantó, besó a su hija en la frente y les dijo: los dejo para que hagan sus planes, sé que es usted un caballero, y tú hija, una dama. Con esta última palabra apuñaló el corazón de su hija, que contuvo las lágrimas para no llorar; Juan José tomó su mano, se sentaron a una distancia prudente, quiso retirar su mano, ésa que horas antes acariciara el instrumento de otro hombre, le dijo con una voz tenue, casi un susurro -Ahora estás más bonita que otras veces. Sintió un gusto enorme en su corazón, pero también vergüenza, bajó la vista, él la tomó por la barbilla. -¿Qué te pasa? ¿estás triste? -No, es sólo que no me siento muy bien. -¿Quieres que te vea el médico? -No creo que sea para tanto. -¿Quieres que me retire? -No, por favor. -¿Estás segura? -Muy segura, lo que pasa es que estoy confundida por algo. -¿Puedo ayudarte? -No creo, son cosas del alma. -¿Acudiste al cura? Son tonterías, luego te platicaré, cuéntame tú cómo estuvo tu día, cómo va la construcción del abrevadero, y los permisos para la exportación de grano que te traían tan ocupado. Todo salió bien, va por buen camino, pero quisiera contarte otras cosas. –Dime, soy toda oídos. -Quiero contarte que el día de ayer anduve por el lado este del río, y me gustaron mucho unos terrenos que están en la loma alta, desde donde se puede ver todo el pueblo, quisiera que me acompañaras para verlos. -¿Quieres comprar? -Me gustaría comprar, para hacer ahí nuestra futura casa. -Se sintió apenada, los colores subieron a su cara. -No te asustes, no quiero apresurarte. -No es eso, es que… -Mariana, mírame por favor, no tienes que hacer nada que no quieras, si no te sientes bien conmigo o si los planes son demasiado apresurados, no tienes más que decirlo. -No es eso, todo está bien, es que no sé si yo… si 3

yo sea buena para ti. -Mariana, Mariana, si tú no eres buena para mí nadie lo será. Se acercó a ella, la sostuvo por la barbilla y le dio un beso en los labios, apenas los rozó, y desde el fondo de su corazón ascendió un suspiro, por un breve momento se refugió en su pecho, hubiera querido quedarse así para siempre. De inmediato se apartó y dijo a Juan José: -Dice el Padre que es pecado. -No creas todo lo que dice el Padre. Se paró frente a ella, la tomó de las manos y le dijo: -Cuando estemos casados podré besarte libremente y tú a mí, y si todo sale bien, si los negocios prosperan, para finales de año podremos fijar la fecha, ¿te parece bien? -Me parece bien. -Me despido porque no quiero molestar a tus padres, ya son las nueve de la noche, te veré el sábado, cuídate y te dejo todo mi amor. Besó su mano, salió de la casa, no imaginaba que la próxima vez que estuviese ahí no sería tan placentero. Viernes por la mañana, las once del día y Mariana no había despertado, su madre la esperaba en la cocina, era quince de mayo, día de San Isidro Labrador, y había amanecido más afanosa que de costumbre, debía elaborar el pozole de trigo pues se brindaba una porción de aquel tradicional plato a todos los visitantes del pueblo. Entró doña Eloísa a la pieza de Mariana, estaba la cama hecha, ella por ningún lado, vio las puertas de la ventana abiertas, subió la vista y cayó desmayada, ahí estaba el cuerpo de Mariana, oscilaba de un lado a otro, colgaba de una soga que del otro extremo estaba amarrada a una de las vigas del entarimado de carrizo, de inmediato se incorporó y como pudo cerró las puertas de la recámara, histérica, loca, angustiada, llamaba a gritos a su esposo Don Mariano, de inmediato se hizo presente, no podía creer lo que sus ojos veían, tardó un instante en reaccionar, ya se había conglomerado una gran concurrencia a las puertas de la casa de Don Mariano, no entraban, pues no estaban a la altura. Dos criados llegaron para bajar el cuerpo, ya estaba lívida, había ocurrido en la madrugada, buscaron desesperadamente por toda la habitación una respuesta, no encontraron nada, no había pasado una hora, cuando Juan José apareció incrédulo y confundido, nadie le dio explicaciones, nadie quería verlo, Don Mariano no quiso culparlo directamente, pero sí le pidió una explicación de todo lo que dijeron la noche anterior, la hija mayor de Don Mariano, Hildebrada, había estado escuchando todo, era doce años mayor que Mariana, estaba quedada y su única complacencia era espiarlos, confirmó una por una las palabras de Juan José.

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Se vistió a Mariana de novia para el funeral, los servicios se realizaron en la sala de la casa familiar, todo el pueblo comentaba la noticia, todos acudieron a presentar sus condolencias a la familia Vargas, todos menos el Padre Pablo. Don Mariano mandó un propio con un fajo de billetes para solicitar la presencia del Padre, para el respondo de su hija. El Padre explicó que estaba impedido para orar por alguien que había cometido suicidio. Don Mariano, determinado a cumplir su obligación de padre, acudió en persona para mostrar su dolor al Padre Pablo, le suplicó en persona y de rodillas que recibiera en la casa de Dios el cuerpo de su hija, se negó terminantemente. Mariana fue sepultada sin recibir misa alguna, aquí no le valieron tantos afanes y servicios prestados al hombre de Dios, no se rezó respondo, salvo un rosario familiar. Juan José, desquiciado, se culpaba. -Yo la presioné para casarnos, decía. Don Mariano y Doña Eloísa quedaron devastados, no encontraban explicación, Hildebrada parecía un fantasma, fueron todos estigmatizados. En el pueblo los comentarios mordaces no faltaron, señalaban a Juan José, a los padres, a las hermanas. Sofía y Juliana fueron pronto repudiadas por sus pretendientes ante los mordaces comentarios de la sociedad. Juan José evitaba socializar, se volvió ermitaño y mal humorado. Pasado un tiempo, Sofía, menor que Mariana, mayor que Juliana, se embarazó de un peón de la Hacienda, se casaron, pues era necesario, la familia no podía soportar una desgracia más, huelga decir, que el complejo de inferioridad hizo que aquel pobre hombre huyera dejando mujer e hijos, nunca más volvió a vérsele; tres hijos varones parió Sofía, que devolvieron en alguna forma la alegría a aquella casa. Juliana, la menor de todas, fue el hombre del hogar, su padre la instruyó en los negocios y prosperó, todo por sus sobrinos y sus hermanas. Siempre mantuvieron contacto con Juan José, éste nunca se casó, ya de viejo sus sobrinos se hicieron cargo de él. Los años pasaron, cuarenta para ser exactos. Era el año del jubileo de diamante del Padre Pablo, cuando en casa de los Vargas, realizando una remodelación del patio trasero, al mover un gran macetón éste se desmoronó vomitando abruptamente una caja metálica, que contenía en su interior el diario de Mariana Vargas. Sus hermanas atónitas y aún llenas de dolor, como si hubiese sido ayer, lloraron hasta el amanecer, por fin entendieron; Juan José se apersonó, tomó con sus manos trémulas el cuaderno de la que fuera su amada, lloró por primera vez, desahogó su alma, ¿qué hacer? ¿ante quién acudir? ¿acudir al arzobispo? 5

Ahí estaban, cuando Demetrio, el primogénito de Sofía, dijo: -Creo que lo mejor que podemos hacer es publicar el diario de tía Mariana, exponer a la luz pública el proceder del reverenciado presbítero, hoy Monseñor Pablo Urquídez, cuántas personas, cuántas familias hizo infeliz, sólo en nuestro caso somos más de tres las familias afectadas. Al día siguiente salieron a la capital en busca de una editorial interesada en publicar el diario de Mariana Vargas, no fue difícil la búsqueda ni la obtención del fin; así fue publicado con el siguiente título “Marianita Vargas, Diario de una Infamia”. El libro se presentó entre un despilfarro mediático orquestado por los Vargas exactamente el mismo día del festejo eclesiástico de las bodas de diamante de Monseñor Pablo Urquídez. Pobre familia Vargas, pobre Juan José Estardante, si alguna vez estuvieron en boca de todos, compadeciéndolos y señalándolos por un suicidio, hoy estaban en boca de todos como autores de una maldad sin límites, calumniosos, cobardes, engreídos, groseros, escoria social; difamar de tal forma al pobre Padre Pablo Urquídez, defensor de los indefensos, de pobres y menesterosos, casi santo, ungido del espíritu divino, representante de Dios en la tierra; si antes sospechosos fueron, hoy culpables de todo pecado, dignos del infierno en la tierra. -Bien merecidos se tienen todos los castigos que el cielo les manda. Ésa fue la sentencia que arrojó sobre ellos la sociedad.

Io de Jupiter

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