Los mitos del perdón.
Por Asif Garda.

“Puedes cambiar tú y, por consiguiente, transformar el mundo en que vives”. Los obstáculos que hemos construido a lo largo de nuestra vida como respuesta a los “profundos daños emocionales” recibidos en momentos en que una calumnia, una burla, un rechazo, una decepción aparentemente lastimaron nuestro corazón, nos hacen vivir dándole la espalda a la felicidad, misión para la que fuimos creados. De esos obstáculos sólo podemos salir aprendiendo a amar y a perdonar.

¿Porqué se hace tan difícil perdonar? La dificultad radica, en la mayoría de las veces, en los conceptos erróneos que tenemos sobre el perdón. Muchos de los obstáculos que impiden perdonar desaparecen cuando se aclaran los mitos que sobre el perdón nos han inculcado. Creemos tener ideas precisas y definitivas sobre el perdón, sin embargo para que se derrumben los obstáculos que nos impiden el perdón auténtico y verdadero es importante revisar todo aquello que creemos conocer acerca de lo que EL PERDÓN NO ES:

Perdonar no es olvidar. Es muy probable que la expresión “perdonar es olvidar” nos resulte conocida. Sin embargo muchas veces esto no es posible. El recuerdo, en muchos casos, podría ser permanente. Recordar lo sucedido impide que volvamos a ser víctima o que nos convirtamos en victimarios. A veces rehusamos perdonar porque pensamos que el perdón significa enterrar lo que pasó. El verdadero perdón no implica olvido. Perdonar no es olvidar. Lo que hace el perdón verdadero es borrar los sentimientos dañinos involucrados en el acontecimiento doloroso. En el perdón no existe la amnesia. Si olvidarás lo sucedido no estarías aprendiendo la lección. ¿Cuántas veces no has caído en el mismo error? Y todo por olvidad lo sucedido. El olvido de lo acontecido, aunque es posible, no es esencial en el proceso del perdón. Lo que sí es esencial es deshacer los sentimientos que nos causan daños. ¿Cómo lo logramos? Cambiando nuestros pensamientos respecto a lo sucedido. Esto no nos debe de llevar a un autoengaño creyendo que estamos “justificando” los hechos… lo que nos lleva a nuestro siguiente punto.

El perdón no es una forma de absolución. Cuando perdonamos el mal que otro nos ha hecho no lo estamos absolviendo de culpa ni de responsabilidad, ni condonando al agresor. Toda persona que causa un daño, está llamada a responder por lo que hizo. Responder ante la persona que hirió, ante la sociedad, ante sí mismos y ante el Tribunal kármico. Perdonar no implica minimizar el hecho ni justificar lo sucedido. El verdadero perdón sí implica el deshacernos de la forma en cómo esa persona va a aprender lo que no se debe de hacer; si nosotros logramos liberar a la otra persona con todo nuestro amor sabiendo que le va a ir bien en la vida, haya hecho lo que haya hecho, hemos perdonado.

Perdonar no es fingir. No estamos obligados a soportar insensiblemente una herida. Ni a fingir bienestar. Este comportamiento hipócrita en algún momento agravará las heridas. Aceptar nuestra realidad es mejor que aparentar un perdón que en verdad no ha ocurrido. Tenemos todo el derecho a estar enojados, lo importante es saber qué vamos a hacer con ese enojo: guardarlo durante tiempo indefinido o soltarlo lo más pronto posible.

El perdón no constituye únicamente un acto de voluntad. El perdón es algo que nosotros podemos decidir, es un proceso y muchas veces lo único que está a nuestro alcance es dar un primer paso para iniciar nuestro proceso de sanación. La voluntad desempeña “un papel importante” pero no realiza el trabajo del perdón por sí sola. No basta tener voluntad, para el perdón hay que utilizar la sensibilidad, el corazón, la inteligencia, el juicio, la imaginación, la fe. Entonces sí, el perdón sucede, llega, como un fruto de tu sanación integral, no sólo por el poder de tener voluntad.

Perdonar no es señal de debilidad sino de fortaleza. Estamos acostumbrados a reconocer como fuerte a aquel que gana una batalla o impone sus criterios. La fortaleza aquí tiene alcances superiores. Es la fortaleza que nace del amor. Por lo tanto, es una fortaleza que nos permite comprender que no necesitamos ira ni rencores para protegernos.

Perdonar no es volver a confiar. El Maestro Jesús nos dice: Perdona hasta 70 veces 7. Y resulta que pocos comprenden esto. Una cosa es perdonar y otra es confiar. Sí, perdona hasta 70 veces 7 y deséale el bien a quien te daño, pero no tienes por qué volver a confiar en la misma persona, no confundas. Siempre hay que dar más de dos oportunidades, tres o cuatro. Pero cuando la otra persona no es capaz de comprender que las oportunidades son para aprender y sigue actuando de cierta forma problemática e hiriente, el problema ya no es de ella, su problema se convierte en el nuestro y nos enganchamos con sus conflictos internos. Hay que soltar y liberar, dejar libres y dejar que los demás aprendan a su ritmo.

Lo que sí es el perdón es que perdonamos para nuestro bien. El perdón está dirigido hacia nosotros. Sólo cuando perdonamos somos libres. Está comprobado que los beneficios del perdón se traducen en bendiciones personales, que se extienden a nuestra familia, a nuestra comunidad y toda la humanidad.

Sean felices. Todo mi amor… Asif