A pesar de todos los avatares que está atravesando el sector hortofrutícola español, éste sigue manteniendo su vigor, resultando ser uno de los bastiones del comercio exterior en nuestro país. Según recientes datos de FEPEX, el comercio exterior de España registró en su conjunto un déficit de más de 12.770 millones de euros en el primer trimestre de 2011. Por el contrario, en el mismo período, la balanza comercial hortofrutícola superó los 2.650 millones de euros de superávit, repitiendo resultados similares a períodos anteriores. No cabe duda que la vitalidad y la competitividad del sector es vital para la economía española, especialmente en estos momentos de crisis económica y financiera.
Sin embargo, este dinamismo, tan crucial para nuestra economía nacional, contrasta con las cada vez más frecuentes conversaciones en foros y encuentros del sector, acerca de las preocupaciones en torno a su presente y futuro y que, en general, se refieren a las incertidumbres sobre la viabilidad futura de las empresas hortofrutícolas.
Un reciente estudio llevado a cabo por el Departamento de Investigación del Instituto Internacional San Telmo sobre las empresas comercializadoras de frutas y hortalizas en España nos ha permitido conocer con mayor detalle la naturaleza de estas preocupaciones sectoriales y las principales fuerzas que las provocan.
Con gran unanimidad, las empresas encuestadas han reconocido que su principal preocupación actual es la reducción de los márgenes comerciales, provocada por las presiones en los precios (a la baja) y los incrementos de coste, y que genera grandes dificultades para mantener la rentabilidad. Esta situación, que reconocen es especialmente virulenta e intensa en España y Europa Occidental (pero algo menor en otros mercados), afirman que va a seguir produciéndose en el futuro, lo que preocupa a muchos, dados los reducidos niveles de rentabilidad actuales.
Algunas de las fuerzas que los encuestados reconocen que están generando esta situación se detallan a continuación:

- Alta concentración de los clientes (generalmente grandes cadenas), que ejercen cada vez con más potencia su control sobre el conjunto del sector, con exigencias sobre los sistemas de aprovisionamiento que aumentan los costes de los operadores hortofrutícolas y que amenazan su rentabilidad, al no poder compensar los mayores costes con precios superiores. Asimismo, estas prácticas limitan la capacidad para diferenciar sus productos y de poder poner en valor la calidad, sabor, o trazabilidad de sus productos respecto a otros productores. Entre estas prácticas se encuentra la exigencia de marcas de distribución (que en Europa y en productos hortofrutícolas, a diferencia de los Estados Unidos, mantienen una penetración muy elevada) o la imposición de ciertos materiales de embalaje de transporte, más caros y menos eficientes para los operadores hortofrutícolas y, con frecuencia, menos apreciados por los consumidores.

- En contraste con el punto anterior, el sector presenta una elevadísima atomización, muy superior a la de otros sectores relevantes para el conjunto de la economía nacional. Las 10 primeras empresas comercializadoras apenas llegan a concentrar el 13% del volumen del sector, y las 100 mayores no llegan a consolidar el 59% del volumen. Sin embargo, la concentración del mercado alimentario en manos de sólo cinco grandes operadores es muy alta, pasando del 88% de Suecia al 63% en Francia y Alemania, el 52% en Gran Bretaña ó el 61% en España. Esa estructura dispersa y, en general -como reconocen algunos operadores-, no muy bien avenida, es, en parte, causa de la escasa capacidad del sector para hacer frente a las presiones en precios y condiciones de los clientes y está en la raíz de la guerra de precios que actualmente está instalada en el mercado exportador hortofrutícola.

- A su vez, y relacionado con el punto anterior, los empresarios perciben como una de las principales amenazas para sus empresas la agresividad de los competidores: de terceros países (no europeos) en primer lugar, seguidos de los propios operadores españoles en segundo y, en tercer lugar, los competidores europeos. De esta forma, la competitividad es una de las grandes batallas que el sector hortofrutícola español debe ganar a futuro, atrapado entre dos estrategias diferentes. Por una parte, la de los países no comunitarios, con costes de producción muy inferiores a los europeos. Por otro, los productores comunitarios, que han realizado en los últimos años fuertes inversiones en tecnología, variedades, sistemas de producción y logísticos y en mejora de las estructuras productivas y comerciales. Como afirma José María Pozancos, director general de FEPEX, en una reciente entrevista concedida a EFEAGRO: “el sector –nacional- de frutas y hortalizas debe hacer un esfuerzo por mejorar su competitividad”.

- Otra de las preocupaciones que los empresarios del sector destacan en la actualidad es el fuerte aumento de las exigencias en materia de fitosanitarios y de seguridad alimentaria a las que están sometidos, tanto por parte de las administraciones públicas como, singularmente, por parte de sus clientes. En general, estas exigencias han acarreado también notables aumentos en los costes de producción y logísticos y han drenado su rentabilidad, al no conseguir trasladar esos mayores costes a precios más altos. En algunos casos, además, reconocen que, en ocasiones, pueden darse ciertas diferencias a la hora de vigilar el cumplimiento de estas normativas, siendo muy estrictas las administraciones con respecto a los productores europeos y más laxos con respecto producciones de terceros países.

No obstante, observamos cierta falta de dinamismo y proactividad en el sector, quizás debido a las turbulencias del entorno (comercial, productivo, financiero) que nublan el horizonte y dificultan tomar decisiones. A pesar de estas preocupaciones, en nuestro estudio aparecen muy pocas empresas que afirmen tener entre sus prioridades de futuro la búsqueda de alianzas para ganar dimensión o una apuesta decidida por crear marcas y por la inversión en I+D, tan necesaria en nuestro sector hortofrutícola. Resulta difícil entender cómo, en un sector en el que somos uno de los líderes mundiales y que tanto significa para nuestra economía, la innovación y la investigación, así como la inversión en desarrollo de marcas estén tan olvidadas entre las empresas y tan relegadas entre las prioridades de las Administraciones Públicas, restando, sin duda, posibilidades de competir con éxito a largo plazo. Cabe mencionar, sin embargo, los esfuerzos por diferenciarse de marcas que están logrando ocupar un lugar destacado en el mercado, aunque no sin esfuerzos, como Royal, Fresón de Huelva, Bouquet o Fashion, entre otras.
Ganar dimensión es una necesidad imperiosa de todo el sector para producir de forma rentable, comercializar con garantías de éxito y poder invertir con mayor holgura. Las grandes cooperativas deben tener mucho que decir en estructurar esta dimensión. Algunas ya están liderando iniciativas notables al respecto, como Aneccop o Unica. De todas formas, para dar ese paso muchas deberán superar antes sus tradicionales problemas de gestión, de poder decisorio y de visión estratégica de negocio a largo plazo.
Será obligado que los productores y comercializadores forjen alianzas entre sí y con otros eslabones de la Cadena Agroalimentaria (la industria y los canales de distribución) para llegar a responder a la demanda de un cada vez más complejo consumidor, ese gran olvidado, a veces, en la cadena hortofrutícola.
Serán necesarios equipos humanos más capaces, así como directivos con mayor formación técnica y empresarial, con mayor orientación a los mercados, con capacidad de liderazgo para afrontar los retos que se están planteando y, especialmente, con fortaleza para defender los precios y los márgenes de sus productos. Será necesario quizás también comenzar a producir en nuevas zonas de cultivo, fuera de nuestras fronteras, para llegar a ser capaces de ofrecer a los mercados una oferta más atractiva, flexible y con mejores precios, rompiendo tabúes e inercias del pasado que, en pleno siglo XXI y ante los grandes acuerdos comerciales mundiales, no tienen ningún sentido.
Será necesario que las Administraciones y las organizaciones profesionales colaboren abierta y decididamente para facilitar y potenciar este proceso de cambio. Y será necesario que los proveedores de insumos –muy afectados también por esta evolución del sector- se adapten a estos nuevos tiempos, ofreciendo más servicios, productos más adecuados y más asesoramiento técnico.
En definitiva, el sector hortofrutícola está inmerso en una espiral de cambio, quizás en una intensa reconversión, que afecta a todo un sector que ha sido -y es- una auténtica “joya de la corona” del comercio, de la economía y del empleo en España. Hay algunos aspectos preocupantes, pero, si no nos retrasamos en adoptar las medidas adecuadas cuanto antes, también hay oportunidades. No será un proceso fácil ni inmediato, porque las inercias y posturas de tantos años no serán fáciles de vencer. Es necesario ponernos todos a trabajar ya, para conseguir reconducir cuanto antes la trayectoria de este sector, si queremos seguir manteniendo su dinamismo y el liderazgo, así como su capacidad de crear riqueza y empleo para nuestra sociedad.