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Traumologia

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Pages 88
TRAUMATOLOGÍA II

CUANDO A LA GENTE BUENA LE PASAN COSAS MALAS
HAROLD S. KUSHNER

Nereida Sanchez
Profesor: Carlos Alvarado
Octubre 2012
DIOS NOS PERMITE SER HUMANO
Unas de las cosas que aprendimos en esta clase es que es muy importante que conozcamos la visión del hombre que la Biblia nos enseña una concepción general del mundo, para trabajar con el ser humano, con la perspectiva de la imagen de Dios. La palabra “Imagen de Dios” en Genesis 1 es vital/importante para esta clase. Unos de los principios mas importante que una religión puede enserñarnos es el significado de nuestra humanidad.
Nosotros los humanos fuimos creado imagen y semejanza de Dios, porque el autor habla en plural como, “hagamos el hombre a nuestra imajen y a la semejanza de Dios” el autor/escritor es un rabino y hebreo muy preparado y el da una visión muy diferente sobre lo que es la imagen de Dios y sobre lo que es la creación.
Hay dos pasajes en la Biblia que nos enseña y nos dicen que los nosotros los humanos estamos relacionados con Dios y el mundo que nos rodea. El primero lo encontramos en el principio de Genesis, que nos dice que los seres humanos fueron creado a la imagen y semejanza de Dios y en el final de la creación Dios es representado diciendo ”Hagamos al hombre a nuestra semejanza”
Analizando este capitulo nos dice que Dios creo un mundo abierto cubierto de agua y después, la tierra seca y plantas, luego los animales antes de crear a los seres humano
La biblia nos dice que la:
Un simple decreto de Dios hizo lo creado a ser, del universo - con todo su espacio y la materia - fue hecha por decreto de Dios. El universo - al menos su energía y masa - comenzó a existir en alguna forma, los cielos y la tierra, la creación de Dios se incorpora en la presente declaración resumen que incluye todos los seis días consecutivos, de la creación. Génesis 1:2 "desordenada y vacía", esto significa que "no ha terminado en su forma y, por el momento no inhibida por las criaturas" La expresión hebrea significa un desierto, un lugar desolado. La tierra era el lugar vacío de total desolación, existente en un estado estéril sin forma, envuelta en la oscuridad y la niebla de agua o de algún tipo.
Tuvieron que pasar seis días consecutivos de creación:
1. Gen. 1:4-5 Luz (Dios separo el día y la noche)
2. Gen. 1:6-8 Firmamento
3. Tierra Seca, Gen. 1:9-13
4. Luz, Gen. 1:14-19 (luz, el sol, la luna y las estrellas para servir de señales, días, estaciones, años)
5. seres vivos, Gen. 1:20-23
6. El ganado, bestia, Gen. 1:24-25 y Ser Humano (Génesis v1: 26. Us-... Nuestra ... esta es la primera indicación clara de la trinidad de Dios) v.27 Masculino y Femenino .. .. El punto culminante de la creación, un ser humano vivo, fue hecho a imagen de Dios para gobernar la creación, nuestra imagen ... Plural = Ellos sugieren tanto la comunión y la consulta entre los miembros de la Trinidad (Dios, el Hijo y el Espíritu Santo). El escritor
Imagen De Dios (Glo Bible)
Evidencia primaria para la "imagen de Dios" en Génesis con algún apoyo poético en el Salmo 8. La descripción básica de la creación del hombre, es el siguiente: "Y dijo Dios: 'Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza ...." Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó "(Génesis 1:26, 27).
“Semejanza", parece exigir una noción más abstracta de "imagen." El autor parece estar tratando de expresar una idea muy difícil en la que quiere dejar claro que el hombre es de algún modo el reflejo concreto de Dios, pero al mismo tiempo quiere espiritualizar este hacia la abstracción.
La representación que el hombre fue hecho "a imagen de Dios" puede significar superficialmente a los ingenuos de que el hombre se parece a Dios, sino al escritor que significaba mucho más. Significaba semejanza en el hombre interior, ya que se materializa en una manifestación física poderes de pensamiento, de comunicación, de la trascendencia, la creatividad, el sentido del humor (que es una especie de trascendencia), capacidad de abstracción, y lo que generalmente se ponen juntos en la personalidad, es decir, la auto-conciencia y auto-determinación.
HaroldS.Kushner nos explica la creación de esta manera:
“Yo creo que para entender esta frase hay que analizarla conecta a a la que le precede inmediatamente, en la que Dios crea a los animales”.
En una descripción de la Creación asombrosamente semejante a la de los científicos que han estudiado el proceso evolutivo.
1. Dios crea primero un mundo cubierto de agua.
2. Luego hace emerger las tierras secas, llena el mundo de plantas, peces, aves, reptiles, y por último de mamíferos.
3. Finalmente, después de haber creado a todos los animales, les dice a ellos. "Dispongamos todo para que pueda aparecer un nuevo tipo de criatura, un ser humano a nuestra imagen, a vuestra imagen y a la Mía. Diseñemos una criatura que de alguna manera sea un animal como vosotros, que necesite comer, dormir y reproducirse, y como Yo en otros aspectos, elevándose por encima del nivel animal. Vosotros los animales contribuiréis a su dimensión física y yo le insuflare su alma". Y así, coronando la Creación, los seres humanos hemos sido creados con parte animal y parte divino. Los animales contribuyeron/participaron no en el sentido de que expresaron para la creación, sino que dentro de nosotros (somos animales racionales), de la parte animal hay una parte de la que ya había sido creado, la fauna (lo físico), y Dios nos da el alma, quiere decir que las creación del hombre y la mujer es la corona parte animal y parte divina,
Hay una parte nuestra que nos eleva sobre los animales, la porción que nos asemeja a Dios, como no le sucede a ninguna otra criatura viviente? Para responder a esta pregunta debemos volvernos hacia el segundo de los pasajes bíblicos, una de las historias de la Biblia peor comprendidas, la historia de lo sucedido en el paraíso original.
Las historia de Adan y Eva es un historia muy pobre entendida, fueron colocados en el paraíso, de todo podían come menos del arbol del “conocimiento” del bien y del mal. Dios le dijo que si comían del árbol del conocimiento se morirían. Intigados, manipulados, motivados por una serpiente ellos comen del árbol del conocimiento, del fruto proivido y hay un castigo (por su desobediencia) entonces Dios los espulsa y tienen que abandonar el jardín. Y Dios le dice a Eva con dolor pariras tus hijos y a Adam trabajaras para obtener tu comida y sustento. De esto nace lo que significa el: 1. Dolor 2. la Afliccion 3. el Sufrimiento por causa de la “Desobediencia”. Y habrá tensión entre el hombre y la mujer porque el hombre se ensenoriara de la mujer, y la mujer sentirá deseo sobre el hombre. La mujer será sometida al hombre, queriendo decir que habrá tension sexual entre el hombre y la mujer. Esta historia no es simple, la desobediencia, las ordenes de Dios y las consequencias no es algo sencillo. Cuando esta historia es presentada a un niño la ve simple pero ha medida que va creciendo necesita mas información para comprender esto. Al ser desobediente Adam y Eva es castigada toda la humanidad.
Esta es un historia mas bastante mas compleja!, esto es lo que sucedió a Adán y Eva.
Se volvieron humanos; tuvieron que abandonar el Jardín del Edén donde los animales comen del Árbol de la Vida, el árbol de las fuerzas y los instintos básicos de la vida.
Entraron en el mundo del conocimiento del bien y del mal, un universo más doloroso y más complicado, un mundo en el que hay que tomar decisiones morales difíciles.
Comer y trabajar, tener hijos y criarlos, no son cosas tan simples como para los animales.
Estos antecesores nuestros se volvieron conscientes de sí mismos (después de comer del fruto prohibido, sintieron la necesidad de cubrir sus cuerpos). Supieron que no vivirían para siempre.
Pero lo mas importante, tendrían que pasarse la vida tomando decisiones.
Esto es lo que significa ser humano "a imagen y semejanza de Dios".
1. Significa ser libre para tomar decisiones,
2. Significa saber que algunas decisiones son buenas mientras que otras son malas,
3. que nuestra responsabilidad/tarea es saber diferenciarlas.
"A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia". (Deuteronomio 30:19)
Dios no le podía haber sido dicho esto a ninguna otra criatura excepto al hombre, pues ninguna otra es libre para elegir. Pero si el hombre es verdaderamente libre para elegir, si puede demostrarse a sí mismo que es virtuoso eligiendo el bien cuando el mal es igualmente posible, entonces también tiene que ser libre de poder elegir el mal. Si fuera libre de elegir solo el bien, no estaría ejercitando su libre albedrío. Si estamos obligados a hacer el bien, no somos libres de elegirlo. El bien y el mal están y la tarea de nosotros es saber diferenciarlas para escoger entre los dos, y usar el libre albedrio para decidir cual escoger. Si escojemos el bien es vida y el mal es muerte y hay consecuencias. Los seres humanos vivimos en un mundo de bueno y de malo, y eso hace que nuestras vidas sean dolorosas y complicadas.
Para poder ser libres, para poder ser humanos, Dios tiene que dejar en nuestras manos la libre elección de hacer el bien y el mal. Si no somos libres de hacer el mal, tampoco lo somos de elegir el bien. Como los animales, seriamos obedientes o desobedientes. Careceríamos de moral, lo que significa que dejaríamos de ser humanos.
No podemos leer la mente de Dios para saber por qué en un determinado momento del proceso evolutivo decidió crear un nuevo tipo de criatura, un animal moralmente libre, que pudiera elegir ser bueno o malo.
Que quiere decir nuestra libertad moral: 1. que si decidimos ser egoístas o deshonestos, podemos serlo, 2. Si queremos tomar algo que no nos pertenece, podemos hacerlo,
3. Si queremos herir a alguien, lo podemos hacer
Dios no va a intervenir en ningunas de las situaciones mencionadad. Lo que el hará será decirnos que esta mal hacer ciertas cosas, nos advertirá de que nos arrepentiremos por haberlas hecho, y deseara que, si no seguimos su consejo, aprendamos de la experiencia.
Dios no es un padre humano que observa como su hijo da sus primeros pasitos o trata de resolver la tarea de la escuela para aprender a leer, mientras se dice a si mismo:
"Si intervengo/ o le ayudo le evitaré mucho dolor, pero, cómo si no lo hace el mismo?"
Los padre humano que se encuentra en esta situación tiene la posibilidad y la responsabilidad de intervenir si ve que su hijo está a punto de hacerse daño. Pero Dios se ha propuesto a Sí mismo no intervenir para quitarnos nuestra libertad, incluyendo la de herirnos a nosotros mismos y a los que nos rodean.
Dios ha permitido que el hombre evolucione moralmente libre, y no podemos hacer que el reloj de la evolución marche hacia atrás.
¿Por qué entonces a las personas buenas les pasan cosas malas?
Una razón es que nuestra naturaleza humana nos concede la libertad de lastimarnos los unos a los otros, y Dios no puede detenernos sin quitarnos esta libertad que nos convierte en humanos.
Los hombres podemos estafarnos, robarnos, herimos, y Dios solamente puede contemplar, lleno de pena y compasión, lo poco que hemos aprendido a comportamos a través de los siglos. Como podemos explicar lo que paso en el Holocausto? Fue causado por seres humanos que eligieron ser crueles con sus semejantes.
La teóloga cristiana alemana Dorothee Soelle, al referirse a los que tratan de justificar el Holocausto sosteniendo que fue causado por la voluntad de Dios, dice:1. "¿Quién quiere un Dios como ese? 2. ¿Quién puede ganar algo adorándolo? 3.¿Estaba de parte de las víctimas o de los verdugos?" Intentar explicar el Holocausto, o cualquier otro sufrimiento, identificándolo con la voluntad de Dios es colocarse —y al mismo tiempo colocar a Dios— del lado del verdugo, en vez de identificarlo con la victima. Pensar que el Holocausto fue causado por Dios no me ayuda a comprenderlo. Aunque pudiera aceptar la muerte de una persona sin verme obligado a replantearme mis creencias, el Holocausto representa demasiadas muertes, demasiada evidencia en contra del argumento de que "Dios esta a cargo de la situación y tiene sus razones".
Tengo que creer que el Holocausto fue por lo menos tan ofensivo para el código moral de Dios como lo es para el mío, o si no ¿cómo podría respetar a Dios como fuente de moralidad? Volvemos a la idea de la libertad de elección del ser humano. Descubrimos que el hombre es esa criatura única cuyo comportamiento no puede ser programado. Es libre de elegir el bien, lo que implica que también debe ser libre de poder elegir el mal. Algunas personas son buenas en una escala relativamente modesta. Son caritativas, visitan a los enfermos, ayudan a un vecino. Otras son buenas en gran escala. Trabajan con dedicación para descubrir la cura de una enfermedad,luchan para que se le otorguen derechos a los pobres y a los desamparados. Algunas personas eligen hacer el mal, pero solo son capaces de hacerlo en pequeña escala. Mienten, engañan, toman cosas que no les pertenecen. Pero otras poseen la habilidad de causar daño a multitudes de personas, así como hay personas buenas que pueden hacer el bien a millones.
Esto da pie a una pregunta que en realidad no forma parte de nuestra discusión:
¿Podemos decir que alguien como Hitler eligió ser destructivo? ¿O tendríamos que volver la vista atrás y estudiar como eran sus padres, el ambiente de su hogar, sus maestros, sus experiencias e incluso las circunstancias históricas que le llevaron a convertirse en la persona que fue? Es muy posible que no exista una respuesta clara a esta pregunta. Las ciencias sociales la han debatido durante años y creo que seguirán haciéndolo. Solo puedo decir que la piedra angular de mi fe religiosa es la creencia de que los seres humanos son libres de elegir el rumbo de sus vidas. Claro esta, algunos niños nacen con determinadas características físicas o mentales que limitan su libertad de elección.
No todos podemos elegir ser buenos con educación y careras buenas.
Además, algunos padres maltratan a sus hijos y ciertos sucesos accidentales —guerras, enfermedades— les traumatizan, incapacitándoles para concretar su potencial, mientras que algunas personas son tan adictas a sus hábitos que es difícil considerarlas libres. Pero insisto en que cada adulto, al margen de lo desafortunada que haya sido su niñez o lo esclavo que sea de sus hábitos, es libre de tomar decisiones sobre su vida.
Si no somos libres, si estamos encadenados a las circunstancias y a nuestras experiencias, no somos diferentes de los animales, limitados por sus instintos.
Decir que Hitler o cualquier otro criminal no eligieron ser malos, sino que fueron víctimas del medio en el que crecieron, es transformar toda discusión moral en algo imposible. Deja sin responder la pregunta de por que todas las personas que se encontraron en una situación similar no se convirtieron en verdugos similares. Peor aún, decir de una persona que "no es culpa suya, no era libre de elegir", es hurtarle: 1. su humanidad,
2. reduciéndola al nivel de un animal,
3. incapaz de elegir entre el bien y el mal.
El Holocausto ocurrió porque Hitler era un demente genio del mal que opto por causar daño en gran" escala.

Pero él solo no causo todo el daño.
Hitler era solo un nombre, y hasta su propia capacidad para el mal era limitada.
El Holocausto sucedió porque miles de personas pudieron ser persuadidas a asociarse en su locura, mientras que otros millones cooperaron al permitir que les amedrentaran o les avergonzaran.
Ocurrió porque cierta gente irritada y frustrada estaba dispuesta a dar salida a su enojo y frustración persiguiendo a víctimas inocentes, en cuanto alguien les incitó a hacerlo. Ocurrió porque Hitler fue capaz de convencer a los abogados para que olvidaran sus obligaciones con la justicia, y a los médicos para que violaran sus juramentos. Y porque los gobiernos democráticos, al no estar en juego sus intereses, fueron reacios a llamar a sus ciudadanos a las armas.

¿Dónde estaba Dios mientras esto sucedía? ¿Por qué no intervino para detenerlo? ¿Por qué no mato a Hitler en 1939 para salvar millones de vidas y enormes sufrimientos? ¿Por qué no envío un terremoto para derribar las cámaras de gas? ¿Dónde estaba Dios?

Tengo que creer, junto con Dorothee Soelle, que Dios estaba con las víctimas y no con los asesinos, que no controla las elecciones entre el bien y el mal que hacen los hombres.
Tengo que creer que las lágrimas y los rezos de las víctimas despertaron su compasión pero que, habiendo otorgado libre albedrío al hombre —que incluye la libertad de elegir lastimar al prójimo— nada pudo hacer para evitarlo.

El cristianismo introdujo la idea de un Dios que sufre junto con la imagen de un Dios que crea y manda.

El judaísmo pos bíblico también hablo ocasionalmente de un Dios que sufre un Dios que se queda sin hogar y que marcha al exilio junto a su pueblo, un Dios que llora cuando observa lo que sus hijos se hacen entre ellos.
No se lo que significa que Dios sufra, no creo que Dios sea una persona como yo, con ojos y glándulas lacrimales de verdad, con terminales nerviosos que sientan dolor. Quisiera pensar que la angustia que siento cuando leo acerca de los sufrimientos de los inocentes refleja la angustia y la compasión de Dios, incluso si su manera de sentir dolor difiere de la nuestra. Quisiera pensar que es Él quien me capacita para sentir simpatía y rechazo, y que ambos estamos del mismo lado cuando nos identificamos con la víctima frente a los victimarios

Me parece adecuado que la última palabra la tenga un superviviente de Auschwitz:*

Durante mi estancia en Auschwitz nunca se me ocurrió cuestionar las acciones o las omisiones de Dios, aunque entiendo que otros lo hayan hecho... Lo que los nazis nos hicieron no me convirtió en más religioso ni menos, y creo que mi fe en Dios no fue minada en absoluto
. Nunca se me ocurrió asociar a Dios con las calamidades que estábamos experimentando, ni culparle, ni creer menos o dejar de creer en É1 porque no vino a socorrernos.

Dios no nos debe nada. Nosotros le debemos nuestras vidas.

Quien cree que Dios es responsable por la muerte de seis millones de personas, por no haberlas salvado de alguna manera; tiene los pensamientos trastocados. Nosotros le debemos nuestras vidas a Dios por los pocos o muchos anos que vivimos, y tenemos la obligación de adorarle y cumplir sus mandamientos.
Por ese motivo estamos en la tierra, para estar a su servicio y cumplir su voluntad.
*Brenner: La fe y las dudas de los supervivientes del Holocausto.

*Brenner: La fe y las dudas de los supervivientes del Holocausto.

Dios ayuda a los que dejan de hacerse daño a sí mismos:

Una de las peores cosas que suelen suceder a una persona que ha sido castigada por la vida es que tiende a incrementar el daño hiriéndose a sí misma por segunda vez.

No solo es víctima del rechazo, la pena y el agravio, sino que siente la necesidad de verse a sí misma como una mala persona que esta recibiendo; un castigo merecido, y por esta razón aleja a las personas que se acercan para ayudarla; Muchas veces, en nuestra confusión, tendemos a sentir instintivamente que no merecemos ser ayudados, y de esta manera dejamos que la culpa, la ira, los celos y la soledad auto-impuesta hagan que una mala situación empeore.

Una vez leí un refrán popular iraní que dice: "Cuando te encuentres con un ciego, patéalo.
¿Por qué deberías ser mas bondadoso que Dios?" En otras palabras, si ve a alguien que sufre, puede creer que merece su suerte y que Dios quiere que sufra. Por lo tanto, póngase de parte de Dios, evitándolo y humillándolo aún mas.
Si trata de ayudarle estará actuando contra la voluntad de Dios.

La mayoría de nosotros posiblemente opinamos que decir algo así es "terrible".

Aunque sentimos que no somos capaces de cometer una canallada como esa, muchas veces, inadvertidamente, nos encontramos diciéndole a la gente que ha sido lastimada que, de alguna manera, se lo merecían.

¿Recuerda a los tres amigos que trataron de consolar a Job en la historia bíblica?
Cuando le visitaron con la intención de consolarle por las perdidas y las enfermedades sucedidas, cometieron muchos errores y terminaron haciéndole sentir peor.
¿Podemos aprender de sus errores cuales son las necesidades de la persona herida por la vida, y de que manera nosotros, como amigos o vecinos, podemos ayudar?

El primer error cometido fue pensar que cuando Job se preguntaba por qué Dios le estaba haciendo eso, estaba formulando una pregunta y que podían ayudarle respondiéndola, explicándole el porque. En realidad, las palabras de Job no representaban una pregunta teológica sino un grito de dolor. En vez de un signo de interrogación tras sus palabras, debería haber un signo de exclamación. Lo que Job necesitaba de sus amigos, lo que estaba pidiendo cuando se preguntaba por que Dios le estaba haciendo eso, no era teología sino simpatía. Job no quería que le explicaran los designios de Dios o los defectos de su planteamiento teológico, sino que necesitaba que le confirmaran que era una persona buena, que lo que le estaba sucediendo era trágico e injusto.
Pero los amigos de Job se entusiasmaron tanto hablando de Dios que casi se olvidaron de él, excepto para decirle que debía haber hecho algo bastante feo para merecer esta suerte a manos de un Dios justo y equitativo.

Como nunca habían estado en la posición de Job, no se daban cuenta de lo inútil y ofensivo que era juzgarle, diciéndole que no debería llorar y quejarse tanto. Incluso aunque ellos hubieran experimentado pérdidas similares, no habrían tenido derecho a juzgarle. Es difícil saber que decirle a una persona que ha sido golpeada por la tragedia, pero es más fácil saber qué no decirle. Debemos evitar toda crítica personal a quien se lamenta ("No te lo tomes tan a la tremenda".
"Trata de contener tus lágrimas, estas afectando a los que te rodean'). Tampoco sirven de consuelo ni serán agradecidas las palabras que tratan de minimizar el dolor de la persona que se lamenta ("Probablemente sea por tu propio bien", "Podría haber sido peor", "Tu mamá ahora esta mejor"). Igualmente es un error pedirle a una persona que se lamenta que trate de ocultar o rechazar sus sentimientos ("No tenemos derecho a cuestionar a Dios", "Dios debe amarte mucho si te ha elegido para imponerte esta carga").

Bajo el impacto de todas sus tragedias, Job trataba de aferrarse desesperadamente al respeto que se debía a sí mismo, deseando seguir creyendo que era una buena persona.
Lo último que necesitaba era que le dijeran que lo que estaba haciendo estaba equivocado.
Tanto si las criticas apuntaban a su forma de lamentarse o a lo que había hecho para merecer tal suerte, el efecto era como frotar sal en una herida abierta.
Job precisaba más de simpatía que de buenos consejos.
Ya habría tiempo y lugar para ellos.
Necesitaba compasión, sentirse acompañado en su dolor, y no interpretaciones teológicas grandilocuentes sobre los caminos del Señor.
Le era necesario el consuelo físico, que la gente compartiera su fortaleza con él, brindándole apoyo y no regaños ni reproches.

Job necesitaba amigos que le permitieran irritarse, llorar y gritar, no amigos que le apremiaran a ser un ejemplo de piedad y paciencia para los otros.
Ansiaba gente que le dijera que lo que le había sucedido era terrible y sin sentido, en vez de decirle que su situación no era tan mala. Aquí vemos como los amigos le abandonan.
La frase "los consoladores de Job" entro en el lenguaje para describir a las personas que tratan de ayudar, pero que están mas preocupadas por sus necesidades y sentimientos que por su prójimo, con lo que terminan empeorando la situación.

A pesar de todo, los amigos de Job hicieron dos cosas correctas.

En primer lugar, fueron a visitarle.
Estoy seguro de que la perspectiva de ver a su amigo en la miseria fue para ellos un espectáculo muy duro de contemplar y debieron haber sentido la tentación de mantenerse apartados, de dejarle solo.
Ver a un amigo sufriendo no es una experiencia agradable y la mayoría de nosotros preferimos evitarla.
Generalmente nos alejamos y la persona que sufre experimenta rechazo y soledad además de la tragedia.
Si finalmente realizamos la visita, tratamos de eludir el motivo de esta, con lo que estas visitas se transforman en discusiones sobre el clima, la situación política o la liga de futbol, que tienen un aire de irrealidad, pues no evitan el tema fundamental, que esta en la mente de todos. Al menos los amigos de Job tuvieron el valor de estar con él y hacer frente a su pesar.

En segundo lugar, le escucharon.
Según el relato bíblico, se sentaron junto a Job durante varios días, sin decir nada, mientras Job descargaba su pena y su rabia.
Me da la impresión de que esta fue la parte más útil de su visita. Nada de lo que hicieron a continuación ayudo tanto a Job.
Cuando éste terminó de lamentarse deberían haber dicho: "Sí, es realmente horrible. No sabemos como lo soportas".
En vez de actuar de este modo, se sintieron obligados a defender a Dios y a la sabiduría convencional.
Su presencia silenciosa debe haber sido de mas ayuda que suslargas explicaciones teológicas. Todos podemos aprender esa lección.

Hace algunos años tuve una experiencia que me enseñó algo acerca de cómo la gente, culpándose a sí misma, empeora una situación que ya de por sí es mala.

Una vez, en el mes de enero tuve que oficiar durante dos días consecutivos en sendos funerales de dos ancianas de mi comunidad.
Ambas habían fallecido "cargadas de años", como diría la Biblia, por el desgaste natural de sus cuerpos, producido "tras una vida larga y plena.
Como sus hogares se encontraban próximos el uno del otro, decidí hacer las visitas de pésame a las dos familias esa misma tarde.

En el primer hogar,

el hijo de la mujer fallecida me dijo: "Si hubiera enviado a mi madre a Florida, lejos de este frío y esta nieve, aún estaría con vida.
Murió por mi culpa".

En el segundo, el hijo de la otra mujer me dijo: "Si no hubiera insistido en que mi madre viajara a Florida, todavía estaría viva. Ese largo viaje en avión, el repentino cambio de clima, fueron más de lo que pudo soportar:
Murió por culpa mía".

Cuando los acontecimientos no suceden como a nosotros nos gustaría,

es muy tentador suponer que, de haber actuado de otra manera, la historia hubiera tenido un desenlace diferente.
Los sacerdotes saben que cada vez que alguien muere, los que le sobreviven se sienten culpables.
Como el resultado de sus acciones fue negativo, creen que de haber actuado de manera opuesta —cuidando a mamá en casa, posponiendo la operación, etcétera— las consecuencias hubieran sido mejores. Después de todo, ¿cómo podrían haber sido peores?
Los supervivientes se sienten culpables de estar vivos cuando la persona amada falleció. Se sienten culpables cuando piensan en todas las palabras amables que nunca dijeron a la persona que murió y en las cosas buenas que no tuvieron tiempo de hacer por ella. En realidad, muchos de los ritos de duelo en todas las religiones cumplen la función de ayudar a la persona acongojada a deshacerse de esos irracionales sentimientos de culpa que sienten por una tragedia de la que no son causantes. Pero el sentimiento de que "es culpa mía" parece ser universal.

Aparentemente, hay dos elementos que rigen nuestra tendencia a sentirnos culpables.

El primero es la persistente necesidad de creer que el mundo es lógico, que existe una causa para cada efecto y una razón para todo lo que sucede.
Esto nos lleva a encontrar modelos y conexiones donde efectivamente existen (fumar provoca cáncer de pulmón, la gente que se lava las manos tiene menos enfermedades contagiosas) y también donde no existen (mi equipo de futbol triunfa cada vez que me coloco la camiseta de la suerte, el joven que me gusta me telefonea los días impares y nunca los días pares, excepto cuando hay una fiesta que modifica el patrón).
¿Cuántas supersticiones personales y públicas están basadas en algo bueno o malo que sucedió justo después que hicimos tal o cual cosa y en la creencia de que el mismo patrón se repetirá cada vez?

El segundo elemento es la creencia de que somos la causa de lo que sucede, especialmente cuando lo que sucede es algo malo. Es muy corta la distancia que separa creer que todo acontecimiento tiene una causa que lo produce, a creer que somos los culpables de cualquier desastre que sucede.
Las raíces de este sentimiento se hunden en nuestra infancia. Los psicólogos suelen hablar del mito infantil de la omnipotencia.
Un bebe llega a creer que el mundo existe para satisfacer sus necesidades y que él hace que todo suceda.
Se despierta por la mañana y convoca al resto del mundo para que haga lo que le corresponde.
Llora, y alguien acude para cuidarle.
Cuando tiene hambre, le alimentan y cuando esta mojado, le cambian de ropa y se la ponen seca.
Con mucha frecuencia no superamos por completo esta creencia infantil de que son nuestros deseos los que hacen que las cosas sucedan. Parte de nuestra mente sigue creyendo que las personas enferman porque las odiamos.

De hecho, nuestros padres suelen reforzar esta idea.

Como no se dan cuenta de lo vulnerables que son nuestros egos infantiles,

cuando están cansados o se sienten frustrados nos regañan con razonamientos que no tienen nada que ver con nosotros.

Nos gritan por estar en medio, por dejar los juguetes desordenados, por tener el volumen del televisor excesivamente alto y, en nuestra inocencia, llegamos a admitir que ellos tienen razón y que nosotros somos el problema.

Su cólera puede pasarse al momento, pero nosotros seguimos llevando las cicatrices de haber cometido una falta, de pensar que, siempre que algo va mal, ahí estamos nosotros para que nos echen la culpa.

Años después, en el momento que algo malo nos pasa a nosotros o a nuestro entorno, reaparecen esos sentimientos de nuestra infancia e instintivamente sabemos que otra vez hemos vuelto a meter la pata.

Incluso Job estaba dispuesto a aceptar que era culpable y solo deseaba que Dios confirmara su culpa.

Todo antes que admitir que se trataba de un error.
Si Dios pudiera demostrarle que se merecía lo que le estaba pasando, al menos el mundo parecería tener algún sentido. No sería agradable padecer por sus propios errores, pero sería más sencillo que descubrir que vivimos en un mundo aleatorio en el que las cosas suceden sin razón alguna.

A veces, claro, un sentimiento de culpa es adecuado y necesario.

A veces hemos causado el dolor en nuestras vidas y tenemos que responsabilizarnos de ello.
Un hombre vino a visitarme un día y me dijo que había abandonado a su esposa y a sus hijos para casarse con su secretaria, y me preguntaba si podría ayudarle a liberarse de la culpa por lo que le había hecho a sus hijos.
La verdad es que yo no podía hacer nada. Debería sentirse culpable y debería pensar como podía enmendar la situación respecto a su primera familia en vez de buscar el modo de desembarazarse de su sentimiento de culpa. Un sentimiento, respecto a nuestros fallos y nuestras equivocaciones, un reconocimiento de que podríamos ser mejores de lo que somos, es una de las fuerzas determinantes para el progreso moral y el mejoramiento de nuestra sociedad. Pero el sentimiento excesivo de culpa, la tendencia a reprocharnos cosas que no son responsabilidad nuestra, nos sustrae nuestra autoestima e incluso nuestra capacidad para crecer y actuar.

Una de las cosas más duras que tuvo que hacer Bob en su vida fue ingresar a su madre de 78 años en una residencia para ancianos. Era un caso límite, pues su madre estaba muy consciente, saludable y no necesitaba atenciones médicas concretas, pero no podía alimentarse ni cuidar de sí misma. Seis meses antes, Bob y su esposa se la habían llevado a su casa después de que el apartamento donde ella vivía se incendiara por haberse olvidado de apagar la estufa.
Estaba sola y se sentía deprimida y confusa.
La esposa de Bob tenía que venir a casa a mediodía para preparar la comida de su suegra y colocarla frente a la televisión hasta que sus hijos regresaran del colegio.
La hija adolescente de Bob tuvo que restringir su vida social para, cuidar de la abuela cuando Bob y su esposa salían. Se pidió a los niños que sus amigos no vinieran de visita: "Es una casa pequeña que rápidamente se vuelve ruidosa". Después de una semana ya todos tenían en claro que el apaño (ese acuerdo) no funcionaba. Los miembros de la familia se ponían cada vez mas nerviosos e irritables y las riñas eran frecuentes.
Cada uno llevaba las cuentas de cuanto "había cedido" por la abuela.
Bob amaba a su madre y los niños amaban a la abuela, pero comenzaban a darse cuenta de que necesitaba más de lo que podían darle. No estaban preparados para sacrificar el tiempo ni adecuarse al estilo de vida requerido para el cuidado de la anciana. Una noche hablaron sobre el problema, hicieron algunas averiguaciones, y sin muchas ganas —aunque con una palpable sensación de alivio— la ingresaron en una residencia para ancianos cercana a su domicilio.
Aunque Bob sabía que estaba haciendo lo correcto, seguía sintiéndose culpable.
Su madre no había querido irse. Les ofreció ser menos exigente en el hogar y coartarles menos su libertad de movimiento. Lloro cuando vio a sus compañeros de residencia, mas viejos e inválidos, preguntándose quizá cuanto tiempo tardaría en parecerse a ellos.

Ese fin de semana, Bob, que nunca había sido muy devoto, decidió asistir a los servicios religiosos antes de visitar a su madre.
No se sentía cómodo con la visita, temiendo lo que iba a encontrar y lo que su madre le diría, y pensó que asistir al servicio religioso le daría la paz y la tranquilidad espiritual que tanto necesitaba. El sermón de esa mañana estuvo dedicado al quinto mandamiento: "Honraras a tu padre y a tu madre". El sacerdote hablo de los sacrificios que hacen los padres por sus hijos y de la resistencia de éstos por apreciarlos. Criticó el egoísmo de la joven generación de hoy, diciendo: "¿Por qué una madre puede hacerse cargo de seis hijos, mientras que seis hijos no pueden hacerse cargo de una madre?"
Bob estaba rodeado de personas de más edad que asentían en silencio con la cabeza.
Bob abandonó el servicio sintiéndose herido y enojado. Sentía que le habían dicho, en el nombre de Dios, que era un egoísta.
A la hora de la cena estaba irascible con su esposa y sus niños. En la residencia se había comportado de manera impaciente con su madre y fue incapaz de mostrar simpatía por ella.
Se sentía avergonzado por lo que le había hecho y al tiempo irritado con ella por ser la causa de su vergüenza y su condenación.
La visita fue un desastre emocional y todos quedaron preguntándose si el nuevo arreglo llegaría a funcionar.
Bob se sentía acosado por la idea de que a su madre no le quedaba mucho tiempo de vida, y que cuando muriera nunca se perdonaría que su egoísmo le hubiera amargado los últimos años de su existencia.

Bajo cualquier circunstancia la situación de Bob hubiera sido difícil.

Los sentimientos de culpa y la ambivalencia estaban allí desde el principio. La indefensión de los padres al envejecer y las súplicas que dirigen a sus hijos despiertan sentimientos de inadecuación, resentimientos ocultos y culpa en mucha gente muy decente.
Todo esto nos conduce hacia una situación difícil de manejar, aún en condiciones óptimas.

Los padres se sienten asustados y vulnerables, y en ocasiones también son inmaduros emocionalmente. Pueden llegar a utilizar la enfermedad, la soledad o la culpa para manipular a sus hijos: y obtener de ellos la atención que tan desesperadamente necesitan.
La proverbial madre judía, que constantemente les recuerda a sus hijos todo lo que sacrificó para que éstos sean felices, creando una deuda que toda una vida no alcanzaría para devolver, es ya un personaje clásico de la literatura y el humor.
(¿Sabe usted cuantas madres judías se necesitan para cambiar una bombilla eléctrica?
Ninguna. La madre judía dice: "No te preocupes por mi. Diviértete. Voy a estar muy bien sentada aquí sola en la oscuridad".)
La situación de Bob empeoro al identificar como sensata la voz de la religión. Los sermones que nos llaman a honrar a los padres deben existir, mas tienen que tener cuidado de no agregar leña al fuego de nuestra predisposición a sentirnos culpables.

Si esa mañana Bob hubiera tenido la mente mas clara quizá le hubiera podido contestar al predicador que es muy posible que seis hijos no puedan hacerse cargo de una madre porque todos ellos tienen que cuidar a sus propias familias.
Podía haberle explicado que amaba a su madre, pero que en primer lugar les debía lealtad a su esposa y a sus niños, de la misma manera que cuando era joven ella se preocupaba más por él que por su propia familia.
Si Bob se hubiera sentido mas seguro de lo correcto de su conducta podría haber respondido a estas acusaciones.
Pero al haberse sentido un poco culpable antes de entrar al servicio, las palabras del sacerdote parecían confirmar sus propios pensamientos, que le decían que era malo y egoísta.

Nuestro ego es tan vulnerable y es tan fácil convencernos nosotros mismos de nuestra maldad, que es indigno que la religión nos manipule de esta forma.

Por el contrario, el objetivo de la religión debería ser ayudar a que nos sintamos bien con nosotros mismos cuando hemos tornado una decisión honesta y razonable, por mas dolorosa que pueda llegar a ser.

Todavía más que los adultos, los niños tienden a considerarse a sí mismos como el centro del mundo, y a creer que son sus actos los que hacen que las cosas ocurran.

Necesitan que les confirmen que, cuando uno de sus padres muere, no fueron ellos los culpables.
"Papá no murió porque estabas enojado con él.
Murió porque sufrió un accidente (o una enfermedad seria) y los médicos no pudieron curarle.
Sabemos que le querías mucho, aunque a veces te hayas irritado con él.
Todos nos enojamos a veces con la gente que amamos y esto no quiere decir que no las queramos, o que deseemos que algo malo les ocurra".

Los niños necesitan que les aseguren que el padre o la madre al fallecer, no los rechazaron ni decidieron abandonarles, una idea que pueden inferir fácilmente de explicaciones como: "Papá se fue y no regresará".
Incluso el autor del Salmo 27 de la Biblia habla de la muerte de sus padres con estas palabras:
"Aunque mi padre y mi madre me dejaran..." Esta tan emocionalmente implicado en sus muertes que no alcanza a ver las cosas desde el punto de vista de los padres que enfermaron y murieron, sino solamente del suyo propio, que ellos lo abandonaron a él. Sería bueno poder asegurarle al niño que su padre quería continuar viviendo, que quería volver a casa del hospital y hacer juntos las cosas a las que estaban acostumbrados, pero la enfermedad o el accidente fueron tan graves que no logró hacerlo,

Intentar que el niño se sienta mejor diciéndole lo hermoso que es el paraíso y lo feliz que es su papá al estar con Dios, es otra manera de privarle de sentir la aflicción.
Cuando hacemos esto, le estamos pidiendo que no confíe en sus sentimientos, que se sienta feliz cuando realmente quiere estar triste como lo están todos los que lo rodean.

En momentos como éstos, debería reconocerse el derecho del niño a sentirse triste y enojado, y también lo correcto de su enojo (no con el padre fallecido ni con Dios).
La muerte de otro niño, sea hermano, amigo o un extraño, cuya muerte es anunciada por los medios de difusión, también introduce una sensación de vulnerabilidad dentro del mundo del niño. Por primera vez se da cuenta de que algo aterrador y doloroso puede sucederle a alguien de su edad. Durante el primer año que trabajé en la congregación en la que ejerzo en la actualidad, fui llamado para informar a los padres de un niño de cinco anos, que había muerto al ser atropellado por el autobús que le traía de regreso del campamento de vacaciones al que asistía durante el día.
Además de intentar ayudar a los padres a enfrentarse a su abrumadora pena (y además de tener que enfrentarme a mis propios sentimientos —me gustaba el chico, quería a su familia y acababa de enterarme de que mi propio hijo moriría joven), tuve que explicar a mis hijos y a otros jóvenes de la comunidad como podía ocurrirle algo así a un niño.
(Cuando estaba por salir a visitar a los padres la noche del accidente, mi hijo Aaron —que entonces tenía cuatro años— me pregunto donde iba.
No me sentía muy dispuesto a decirle que un muchachito casi de su misma edad había muerto y salir corriendo de casa antes que pudiéramos hablar sobre ello, así que le respondí que un niño se había lastimado en un accidente y que quería ver como se sentía. A las siete de la mañana siguiente las primeras palabras que me dirigió Aaron fueron: "¿Cómo se encuentra el niño?")

La respuesta que di a los niños del vecindario y a los compañeros del jardín de infancia la dividí en dos partes.
Primero les dije que lo que le había ocurrido al niño no era habitual.
Esa era la razón por la cual todos comentaban el suceso y también por eso se había anunciado en la radio y en la prensa. Este tipo de acontecimiento ocurre tan raramente que cuando sucede constituye una noticia importante.
Casi siempre los niños descienden del autobús y cruzan la calle sin peligro.
Casi siempre, los niños que se caen y se lastiman, mejoran al poco tiempo.
Casi siempre cuando los niños enferman, los médicos están capacitados para ayudarles a sentirse mejor.
Pero a veces, en muy raras ocasiones, un niño se lastima o enferma y nadie puede ayudarle, y muere.
Cuando esto ocurre, todos quedan sorprendidos y se ponen muy tristes.

En segundo lugar, les dije:
No quiero que piensen que lo que le sucedió a Jonathan fue un castigo por comportarse mal. Si recuerdan alguna travesura que Jonathan hizo hace algunos días, y si ayer murió atropellado por un autobús, esto no significa que si ustedes hacen la misma travesura les vaya a ocurrir algo malo.
Jonathan no fue atropellado por ser un niño malo que merecía ser castigado.
Le correspondía seguir viviendo, jugando, divirtiéndose, pero en vez de eso sucedió este accidente terrible y sin sentido.

Una respuesta similar debe darse a los niños que se sienten perturbados al ver un inválido, que huyen de un ciego o de una persona con un miembro artificial.
Porque eso sucede por el miedo que sienten al pensar que les podría pasar algo parecido a ellos.
Hay que decirles por ejemplo: —No se lo que le sucedió a ese hombre.
Quizá tuvo un accidente o alguna enfermedad seria; quizá sea un herido de guerra que estuvo luchando para defender este país. Esto no quiere decir que sea una mala persona a quien Dios esta castigando.

Piense en los cuentos de hadas, donde los jorobados, los deformes y los personajes a quienes les faltan miembros —como el capitán Garfio, enemigo de Peter Pan— son descritos como malvados que amenazan a los niños.
Podemos intentar que los niños centren su atención en la parte normal de las personas amputadas o físicamente defectuosas, más que en sus órganos afectados. A veces, hablando abiertamente con una persona paralítica o tullida acerca de su brazo artificial o de su vista afectada, podemos derribar la barrera de extrañeza y disipar los miedos que el niño siente. (Aunque esto no va a ser siempre posible.
En ocasiones, las personas tullidas o paralíticas sufren al ser observadas y al sentir que se esta hablando de sus incapacidades. Para su estabilidad mental necesitan que los consideren como a todo el mundo.)

Los niños son particularmente susceptibles a los sentimientos de culpa

Incluso al llegar a la edad adulta muchos de nosotros no superamos totalmente esta tendencia.
Una palabra errada, aún en los casos en que es pronunciada por alguien que quiere ayudar, solo servirá para reforzar el sentimiento de que, de hecho, es culpa nuestra.

Beverly se sintió abrumada cuando su marido le anunció que la dejaba, después de cinco años de matrimonio.
No tenían niños ya que él la había convencido, aludiendo razones económicas, que no podían darse el lujo de que ella abandonara su empleo.
Aunque habían tenido discusiones, Beverly pensaba que su matrimonio no era ni mejor ni peor que el de sus amigas. Entonces, un sábado por la mañana, él le dijo que la dejaba, que la encontraba aburrida, que estaba saliendo con otras mujeres más interesantes, y que bajo tales circunstancias no le parecía justo que siguieran viviendo juntos.
Una hora más tarde, el marido había empacado sus ropas y partía a la casa de un amigo.
Pasmada, Beverly se dirigió al hogar de sus padres y les contó lo que pasaba.
Lloraron con ella y la consolaron alternando su amargura contra el esposo con consejos prácticos sobre abogados, vivienda y cuentas bancarias.

Esa noche, después de la cena, la madre de Beverly la Ilevó aparte y trato de conversar sobre lo sucedido. Intentando ayudar, le pregunto sobre su vida sexual, su situación económica y sus modos de relacionarse buscando una clave para entender el problema.
De repente, Beverly tiro la taza del café y grito:

¿Puedes por favor acabar con esto? Estoy cansada de escuchar que si hubiera hecho esto o aquello; esto no habría sucedido.

Parece como si todo fuera culpa mía.

Me estas diciendo que si hubiera sido una buena esposa no me habría abandonado.

Bueno, esto no es justo. Fui una buena esposa. No me merezco esto. ¡No es culpa mía!

Y no me cabe duda de que tenía razón, tanto como su madre que trataba de consolarla.
Es gratuito e incluso cruel decirle a una persona que ha sido herida, por un divorcio, por la muerte o por cualquier otro desastre que si hubiera actuado de otra forma, tal vez las cosas no habrían salido tan mal.
Cuando decimos eso lo que en realidad estamos transmitiendo es que esa persona es culpable por haber elegido incorrectamente. A veces los matrimonios fracasan porque las personas son inmaduras o porque las expectativas de ambas partes son poco realistas. En otras ocasiones la gente muere a causa de enfermedades incurables, no porque sus familias se dirigieron al medico equivocado o tardaron demasiado en acudir al hospital. Hay otras veces en que los negocios quiebran por causa de la competencia o de las condiciones económicas imperantes y no porque la persona encargada tomó una mala decisión en un momento crucial.

Si queremos ser capaces de reconstruir nuestras vidas tenemos que sobreponernos a ese sentimiento irracional de culparnos por cada desgracia, de creer que es el resultado directo de nuestro comportamiento o de nuestros errores. No somos tan poderosos.
No todo lo que pasa en el mundo es obra nuestra.

Hace algunos años, oficié en el funeral de una mujer que murió de leucemia a los 38 años, sobreviviéndola su marido y un hijo de 15 años.

Mientras entraba en el hogar de la familia, después del entierro, escuche como una tía le decía al niño: "No te sientas mal, Barry.
Dios se llevo a tu madre porque la necesitaba mas que tú".
Pienso que la tía no era consciente de sus palabras.
Posiblemente trataba de entender un acontecimiento trágico y horrible.

Aunque me parece que en dos frases cometió por lo menos tres errores de mucha consideración.
Ante todo, le dijo al muchacho que no se sintiera mal.
¿Por qué no debería sentirse mal el día del funeral de su madre?
¿Por qué no tendría derecho a experimentar sentimientos de dolor, enojo, pérdida? ¿Por qué debería censurar sus sentimientos auténticos y legítimos?
¿Para hacer el día mas fácil a otras personas?
Segundo, le explico la muerte de su madre diciéndole que Dios se la había "llevado".
No lo creo en absoluto. No concuerda con mi concepción de Dios y solo puede servir para que Barry se resienta con Dios, cerrándose al consuelo de la religión.

Pero lo peor de todo es que le insinúo que Dios se había llevado a su madre porque "la necesitaba más que él". Creo entender lo que la tía intentaba decir: que la muerte de su cuñada no había sido en vano, que la tragedia servía a algún propósito en el esquema divino de las cosas. Pero sospecho que este no es el mensaje que Barry recibió.
Lo que Barry escucho fue: "Es culpa tuya que tu madre haya muerto. No la necesitabas lo suficiente. Si la hubieras necesitado mas, aún estaría con vida".

¿Puede usted recordarse a los 15 años, dando los primeros pasos titubeantes hacia la independencia, amando y necesitando de sus padres, y al mismo tiempo impaciente a causa de esa dependencia, ansiando ver el día en que superaría esta necesidad para poder al fin ser libre?
Si Barry era un típico adolescente de 15 años, seguramente comía lo que sus padres compraban y le preparaban, vestía las ropas que ellos le compraban, vivía en una habitación de su casa, tenía que pedirles que le llevaran donde quisiera ir y soñaba con el día en que dejaría de necesitarles de ese modo.
Entonces, su madre había muerto repentinamente y su tía le explicaba su muerte diciéndole que no la necesitaba suficientemente y que por eso había muerto. Eso no era precisamente lo que Barry necesitaba escuchar ese día.

Pasamos muchas horas juntos.
Primero tuvimos que superar su rabia inicial hacia mí por ser el representante de ese Dios cruel que había apartado a su madre de su lado.
Luego tuvimos que superar su negativa a discutir ese tema doloroso que temía que señalara directamente a su culpa y a su vergüenza.
Tuve que convencerle de que la muerte de su madre no era culpa suya.
No había muerto porque él la tuviera descuidada, porque se irritara con ella o porque a veces hubiera deseado que desapareciera de su vida. Había muerto porque tenía leucemia. Le dije que ignoraba la razón por la que su madre tuvo leucemia. No sabía por qué alguien desarrollaba esa enfermedad. Pero creía de todo corazón que Dios no lo había deseado en modo alguno, ni como un castigo hacia él, ni como un castigo hacia ella.
Yo le dije a Barry, como creo que la gente religiosa debe decir a las personas que han sido golpeadas por la vida:
No es culpa tuya, Barry. Tú eres un chico bueno y decente que se merece algo mejor.
Puedo comprender que te sientas dolido, confuso y rabioso por lo que ha pasado, pero no hay razón alguna para que te sientas culpable.
Como hombre de fe, he venido aquí en el nombre de Dios no para juzgarte, sino para ayudarte. ¿Me permites que te ayude?

Siempre que una cosa mala le pasa a una buena persona es muy probable que surja el sentimiento de que podríamos haberlo evitado si hubiéramos actuado de otra forma.
Y también es muy posible que siempre surjan sentimientos de cólera.
Parece instintivo que nos enojemos cuando sufrimos daño. Si me golpeo el dedo del pie con una silla, me irrito con la silla por estar ahí, y me irrito conmigo mismo por no mirar por donde voy. Una de las cosas mas importantes que hay que hacer cuando algo nos duele y nos enojamos, es saber que hacemos con esa cólera.

Linda, una consejera de escuela, regreso a su casa una tarde y descubrió que había sido robada. Su televisor y su equipo de música habían desaparecido, junto con las joyas que había heredado de su abuela; había ropa tirada por todos los rincones de la casa, el cajón de su ropa interior había sido vaciado y todo estaba tirado por el suelo.
Linda se sentía más triste y ultrajada por esta invasión de su intimidad que por la pérdida económica.
Sintiéndose casi físicamente violada, se tiro en el sillón llorando por lo injusto de la situación.
Fue invadida por una complicada mezcla de emociones. Se sentía herida y avergonzada sin saber por que, enojada con sí misma por no haber hecho que el apartamento fuera mas seguro, enojada porque su trabajo la mantenía lejos de su hogar, quedando este a merced de los ladrones, y por hacerla regresar tan agotada emocionalmente que no podía asumir este insulto adicional.
Se sentía irritada con el conserje del edificio y con el policía de la esquina por no proteger mejor su propiedad, enojada con la ciudad por estar tan llena de criminales y drogadictos, con el mundo por ser tan injusto: había sido lastimada y sabia que estaba profundamente trastornada, pero estaba tan confusa que no sabia hacia donde ni contra quien dirigir su enojo.

A veces dirigimos nuestro enojo hacia la persona responsable por habernos herido: el supervisor que nos despidió, la esposa que nos abandonó, el conductor que provocó el accidente. En ocasiones, al no poder contener nuestro enojo, encontramos alguien a quien acusar, culpable o no, convenciéndonos de que podían y debían haber prevenido la tragedia.

He conocido a gente que al relatarme la muerte de una esposa o un niño, ocurrida diez años atrás, se enojaba tanto como lo hiciera entonces, con el médico que no pudo ser localizado o que equivocó el diagnóstico.

Uno de los peores casos en que esto ocurre es cuando marido y mujer intercambian acusaciones tras la muerte de un hijo.
"¿Por qué no estabas mas pendiente de él? ¿Por qué no estabas en casa, así yo no hubiera estado tan ocupada con tantas cosas para hacer?" "Si le hubieras alimentado mejor... " "Si no se hubiera resfriado en ese estúpido día de pesca".
"Mi familia siempre fue saludable; son tus parientes los enfermizos".
Un hombre y una mujer que se aman han sido gravemente heridos.
Por tal razón se sienten enojados y dirigen su enojo hacia el blanco mas accesible que este cerca.

En una situación similar, aunque no tan trágica, esta el hombre que al perder su empleo descarga su irritación sobre su mujer diciendo que los problemas del hogar no le dejaron concentrarse, que ella le desmoralizo, que no trato adecuadamente al jefe o al cliente importante. A menudo, al no encontrar la persona en quien descargar nuestro enojo, nos irritamos con nosotros mismos. La definición académica de la depresión es la cólera dirigida hacia adentro, en vez de ser descargada hacia fuera. Todos hemos conocido a personas que se deprimieron después de una muerte, un divorcio, un rechazo, o la perdida de un empleo. No salen de casa, duermen hasta el medio día, descuidan la apariencia personal y menosprecian toda iniciativa amistosa.
Esto es la depresión: nuestro enojo al ser lastimados dirigido contra nosotros mismos.
Cuando nos culpamos, queremos herirnos y castigarnos por lo que echamos a perder.

Otras veces nos enojamos con Dios.
Dado que nos educaron para creer que todo ocurre por su voluntad, le hacemos responsable por todo lo que nos pasa, o por lo menos por no haber prevenido tal o cual suceso.

También la gente religiosa pierde a veces la fe, quizá porque las ceremonias y los rezos ya no expresan sus sentimientos
('¿Por qué tengo que estar agradecido?"), o quizá para vengarse de Dios.
En ocasiones, gente que no es creyente se vuelve religiosa de una manera irascible y desafiante.

Tengo que creer en Dios —me dijo un hombre—, así tendré alguien a quien culpar, a quien insultar y gritar, cuando piense en lo que me ocurrió.

En su novela La promesa; Chaim Potok relata la historia de un niño que enferma mentalmente porque no puede manejar la rabia que siente hacia su padre. Michael Gordon ama y admira tanto a su padre que no puede enfrentarse al hecho de que muchas veces está resentido y enfadado con él. El psiquiatra Danny Saunders esta capacitado para ayudar a Michael, ya que el también tuvo que analizar y superar sus propios sentimientos ambivalentes, de amor, odio, admiración e irritación que sentía hacia su propio padre, poderoso, admirable y dominante. Uno de los personajes secundarios mas fascinantes de La promesa es el rabino Kalman, un maestro del seminario rabínico en el que estudia el mejor amigo de Danny (que es el narrador del libro). El rabino Kalman es un superviviente del Holocausto. Su mujer y sus hijos murieron en los campos de concentración. Es un judío ortodoxo muy rígido, que considera pecaminoso cuestionar los designios de Dios. Una persona debe creer de todo corazón, sin la menor sombra de duda.
Aunque Potok no lo dice explícitamente, entiendo que la función del personaje del rabino Kalman es la de servir de paralelo a Danny Saunders y Michael Gordon.
Así como Michael se puso enfermo por no poder manejar el enojo que sentía por su padre, el rabino Kalman se volvió tirano y antipático al no poder enfrentarse con el enojo que sentía contra su padre celestial. El rabino Kalman no permite que duden o que cuestionen a Dios, porque sabe que en algún recóndito lugar de su mente esta furiosamente enojado con Dios por la muerte de su familia, y que cualquier cuestionamiento podría llegar a provocar una explosión de enojo contra Dios, quizá con el rechazo total de Dios y la religión, y no puede arriesgarse a que esto suceda.
¿A caso el rabino Kalman teme que su enojo, una vez descargado, sea tan poderoso que cause la destrucción de Dios? ¿O tiene miedo de que, en el caso de confesar su enojo, Dios le castigue aún más?
En la novela, Michael se cura cuando le enseñan a no tener miedo de su ira. Es comprensible, normal y menos destructiva de lo que creyó.
Se le dice, para su alivio, que esta aceptable enojarse con la gente a la que uno ama. Pero nadie le dice al rabino Kalman que esta aceptable enojarse con Dios.

En realidad, irritarse con Dios no hace daño a Dios ni le lleva a tomar medidas contra nosotros
Si dar salida a nuestro enojo con Dios, cuando atravesamos una situación dolorosa, nos hace sentir mejor, somos libres de hacerlo. Lo único errado es pensar que lo que nos sucedió fue en realidad culpa de Dios.
¿Qué hacer con nuestro enojo cuando hemos sido heridos? El objetivo, si podemos alcanzarlo, seria enojarnos con la situación, en vez de hacerlo con nosotros mismos, con los que podían haberla prevenido o se encuentran cerca de nosotros tratando de ayudarnos, o con Dios, que permitió que ocurriera. Enojarnos con nosotros mismos nos provoca depresión, Enojarnos con la gente hace que esas personas se alejen de nosotros, lo que dificulta la ayuda que nos puedan brindar. Enojarnos con Dios erige una barrera entre nosotros y los medios de apoyo y alivio de la religión, que existen para ayudarnos en momentos difíciles. Pero enojarnos con la situación, reconociéndola como algo injusto y totalmente inmerecido, gritar contra ella, denunciarla y llorar nos permite descargar el enojo que forma parte de nuestra dolorosa situación, sin impedir que nos brinden ayuda.

Los celos son parte inevitable de las heridas de la vida,

como pueden serlo la culpa y la cólera.

¿Cómo puede la persona herida no sentir celos de quienes tuvieron mejor suerte sin merecerla?

¿Cómo puede la viuda no sentir celos, hasta de sus mejores amigas que al volver a casa encuentran a sus maridos?

¿Cómo debería reaccionar una mujer a la que el médico le acaba de anunciar que nunca podrá tener hijos,

cuando su cuñada le confiesa que algo debe haber salido mal y puede ser que este embarazada por cuarta vez?

No tiene sentido dar sermones morales contra los celos.

Son un sentimiento muy fuerte, nos tocan muy profundamente, nos hieren donde mas nos duele. Algunos psicólogos piensan que el origen de los celos se encuentra en la rivalidad entre hermanos.
De niños competimos con nuestros hermanos y hermanas por el limitado amor y atención de nuestros padres.
Es muy importante para nosotros, no solamente ser tratados bien, sino que nos traten mejor que a los demás. La pechuga del polio, el plato mas lleno de natillas, no son solamente porciones de comida sino declaraciones simbólicas acerca de que niño es mas querido por sus padres.
Competimos en este concurso por amor, no por la comida. (¿Sabia usted que la primera mención de la palabra "pecado" en la Biblia no esta relacionada con Adán y Eva comiendo el fruto prohibido, sino con Caín matando a su hermano Abel en un ataque de celos, porque Dios prefirió la ofrenda de Abel a la suya?)
Es posible que al crecer nunca superemos en realidad estos hábitos de competencia de la niñez, la necesidad de que nos aseguren que somos "más amados", así como puede ser que tampoco transformemos la costumbre de concebir a Dios como un Padre Celestial. Para nosotros, sufrir un accidente o la muerte de un ser querido es algo bastante malo. Pero sufrir mientras que los que nos rodean no sufren, es todavía peor, ya que despierta en nosotros toda la rivalidad de la niñez y parece proclamar ante el mundo que Dios les ama más a ellos de lo que nos ama a nosotros.

Podemos comprender lógicamente que no seriamos personas mas sanas si nuestros amigos y vecinos estuvieran gravemente enfermos y que tampoco nos provocaría placer que enfermaran. Sabemos muy bien que estaríamos igual de solas si los maridos de nuestras amigas murieran, y no deseamos que esto suceda. (Algún día podría suceder y entonces tendríamos que enfrentarnos con nuestros sentimientos de culpa por haberlo deseado.)
Podemos saberlo y a pesar de todo sentirnos resentidos con ellos por tener su salud, sus familias, sus empleos, mientras que nosotros hemos perdido los nuestros.
Incluso podemos entender que cuando nos molesta la buena fortuna de la gente que nos rodea, les dificultamos la ayuda que pueden brindarnos, ya que ellos sienten nuestro alejamiento y nuestro resentimiento. Sabemos que al sentir celos nos herimos a nosotros mismos más que a ninguna otra persona. Pero de todos modos seguimos sintiéndonos de esta manera.

Una antigua historia china habla de una mujer que, acongojada al morir su único hijo, fue a visitar a un hombre santo y le pregunto:
¿Qué rezos, que artes mágicas tienes para traer a mi hijo de vuelta a la vida?
En lugar de despedirla o razonar con ella, el hombre santo le contesto:
Tráeme una semilla de mostaza de un hogar que nunca haya conocido el dolor. La usaremos para expulsar el dolor de tu vida.
La mujer salió enseguida en busca de la mágica semilla de mostaza.
Llego primero a una esplendida mansión, golpeo a la puerta, y dijo:
Estoy buscando un hogar que nunca haya conocido el dolor. ¿Es éste el lugar?
Te has equivocado de sitio —le respondieron, y comenzaron a describirle todos los terribles acontecimientos ocurridos en los últimos tiempos.
Entonces la mujer se dijo a sí misma:
¿Quién puede ser mas capacitada que yo, que sufrí tanto, para ayudar a estos desdichados?
Tras consolar a los habitantes de la mansión, continuó la búsqueda del hogar que nunca hubiera conocido el dolor.
Pero dondequiera que fuera, en chozas y en palacios, solo encontró historias de tristeza e infortunio. Finalmente, se envolvió tanto en la pena de los demás que se olvido de preguntar por la semilla mágica de mostaza, sin darse cuenta de que esta búsqueda la ayudo a expulsar el infortunio de su vida.

Es posible que ésta sea la única cura para los celos:

darnos cuenta de que la gente que envidiamos por tener lo que nos falta a nosotros quizá tiene sus propias cicatrices y que posiblemente nos esté envidiando a nosotros.

- La mujer casada que trata de consolar a su vecina viuda,
- es posible que tenga miedo de que su marido pierda el empleo.
- O quizá tenga un hijo delincuente que le causa honda preocupación.
- La cuñada embarazada tal vez sufra de problemas de salud.

Cuando yo era un joven rabino, muchas veces la gente se resistía a que la ayudara a superar su pena.
¿Quién era yo, joven, saludable, con un buen empleo, para recitar clichés acerca de compartir el dolor? Con el correr del tiempo, al ir enterándose de la enfermedad de nuestro hijo, esa resistencia desapareció. Ahora aceptan que los consuele, ya que no tienen motivos para envidiar mi buena fortuna, en contraste con su mala suerte. A sus ojos deje de ser el niño mimado de Dios, pasando a convertirme en un hermano en el sufrimiento; así logre que me permitieran ayudarles.

Pero todo ser humano es maestro hermano o hermana en el sufrimiento. Nadie viene a nosotros de un hogar que no ha conocido el dolor.
Vienen a ayudarnos porque saben lo que es ser heridos por la vida.
No creo que debamos cotejar entre nosotros nuestros problemas.
("¿Tu piensas que tienes problemas? Déjame que te cuente los míos y te darás cuenta de lo afortunado que eres".) Este tipo de competencia no resuelve nada; es tan mala como la competencia que engendra la rivalidad y los celos entre hermanos. La persona afligida no desea una invitación para sumarse a los Juegos Olímpicos del Sufrimiento. Pero nos ayudaría mucho recordar esto: quizá la pena y la angustia no estén equitativamente distribuidas en el mundo, pero su difusión es muy amplia. Cada uno recibe su cuota.
Si conociéramos los hechos como son, difícilmente encontraríamos alguien a quien envidiar.

7.
DIOS NO PUEDE HACERLO TODO, PERO
PUEDE HACER ALGUNAS COSAS IMPORTANTES

Son casi las once de la noche cuando suena el teléfono en mi casa.
Los teléfonos tienen una manera especial, ominosa, de sonar a horas tardías de la noche, señalándonos antes de responder que algo malo esta sucediendo. Respondo, y la voz al otro lado de la línea se identifica como alguien a quien no conozco, ni es miembro de mi congregación. Me dice que su madre está en el hospital y que a la mañana siguiente será sometida a una operación.
Me pide por favor si podría orar por su recuperación.
Intento obtener más información, pero el hombre esta claramente inquieto y trastornado.
Termino tomando nota del nombre hebreo de su madre, asegurándole que la oración será pronunciada, y deseándole la mejor de las suertes a él y a su madre. Cuelgo y, como siempre, me siento turbado después de una conversación de este tipo. Orar por la salud de una persona o para que una operación resulte favorable tiene implicaciones que deberían perturbar a toda persona consciente.
Si las oraciones funcionaran como muchas personas piensan, nadie moriría jamás, pues ninguna plegaria se reza tan sinceramente como la que tiene que ver con la vida, la salud y la recuperación de un enfermo, ya seamos nosotros o nuestros seres queridos.

Si creemos en Dios, pero no le hacemos responsable de las tragedias de la vida; si creemos que Dios quiere justicia e igualdad, mas no siempre puede disponerlas ¿qué hacemos al orar implorando un resultado favorable cuando tiene lugar una crisis en nuestras vidas?

¿Acaso creo yo —y el hombre que me telefoneó— en un Dios que posee el poder de curar enfermedades e influir en el resultado de una intervención quirúrgica, y que lo hará solo si la persona adecuada recita las palabras adecuadas en el lenguaje adecuado?
¿Dejará Dios morir a una persona porque un extraño que oró por ella se equivocó al decir alguna palabra?

¿Quién podría respetar o adorar a un Dios cuyo mensaje implícito fuera
"podría haberlo hecho sanar, mas no oraste ni te lamentaste lo suficiente"?

En caso de que no nos otorguen lo que pedimos,
¿cómo evitamos sentirnos enojados con Dios, o sentir que fuimos juzgados y nos hallaron en falta?
¿Cómo evitamos sentir que Dios nos abandonó cuando mas lo necesitábamos? ¿Y cómo evitamos la alternativa igualmente indeseable, de sentir que Dios nos ha desaprobado?

Imagine la mente y el corazón de un niño tullido que ha sido educado con historias piadosas de finales felices, historias de personas que oran y son milagrosamente curadas.
Imagine a ese niño orando con toda su sinceridad e inocencia que Dios lo transforme en un niño como los demás.
E imagine su angustia, su enojo contra Dios y contra las personas que le contaron esas historias contra, sí mismo al darse cuenta de que su defecto será permanente.
¿Cree usted que puede haber una mejor manera para conseguir que los niños odien a Dios que enseñarles que Dios podría haberles curado mas, "por su propio bien decidió no hacerlo"?

Hay varias formas de responder a la persona que pregunta por qué no recibió lo que pidió en sus oraciones.

La mayoría de las respuestas son problemáticas y nos llevan a sentir culpa, angustia o desesperanza:
No recibiste lo que pediste en tus oraciones porque no lo merecías.
No recibiste lo que pediste en tus oraciones porque no oraste con suficiente fuerza.
No recibiste lo que pediste en tus oraciones porque Dios sabe mejor que tú lo que más te conviene.
No recibiste lo que pediste en tus oraciones porque la oración de otra persona por un resultado opuesto tuvo más valor.
No recibiste lo que pediste en tus oraciones porque las oraciones son una ilusión. Dios no escucha oraciones.
No recibiste lo que pediste en tus oraciones porque Dios no existe.
Si no estamos satisfechos con ninguna de estas respuestas, pero no queremos abandonar la idea de la oración, existe otra posibilidad.
Podemos cambiar al tiempo nuestro concepto de lo que significa orar y de lo que significa que nuestras oraciones sean respondidas.
El Talmud, la recopilación de las discusiones de la Ley Judía que mencioné anteriormente, cita algunos ejemplos de malas oraciones, oraciones inapropiadas que nunca tendrían que pronunciarse.
Si una mujer esta embarazada, ni ella ni el marido deben orar pidiendo que Dios permita que ese niño sea varón (ni tampoco, para que sea mujer). El sexo del niño esta determinado en el momento de la concepción y Dios no puede ser invocado para que lo cambie. Por otra parte, si un hombre observa un coche de bomberos dirigiéndose hacia su barrio, no debe invocar a Dios pidiéndole que no permita que sea su casa la que se este incendiando. Orar para que sea la casa de otra persona la que se queme en vez de la nuestra, no solamente demuestra bajeza de espíritu sino que además es inútil.
Cuando una casa se esta incendiando, ni siquiera la mas sincera y articulada de las oraciones influirá sobre la cuestión de cual sea es la casa.

Podemos extender esta lógica a ciertas situaciones contemporáneas.
Seria igualmente impropio para un graduado de la escuela superior que recibe una carta de la oficina de admisión de una universidad, orar pidiendo que la carta sea de admisión; o para una persona que espera ansiosa el resultado de una biopsia, pedir a Dios que deje que todo salga bien. Como en los casos talmúdicos de la mujer embarazada y de la casa que se quema, ya existen ciertas condiciones.
No podemos pedirle a Dios que vuelva a escribir el pasado.

Tampoco —como ya hemos sugerido— podemos pedirle que cambie las leyes de la naturaleza para nuestro beneficio, que haga menos fatales ciertas situaciones, o que desvíe el curso inexorable de una enfermedad. A veces ocurren milagros. Enfermedades malignas desaparecen misteriosamente y pacientes incurables se recuperan.
Los médicos atónitos, imputan el fenómeno a Dios.
Todo lo que nos queda en un caso semejante es hacernos eco del asombro y la admiración de los médicos. No sabemos por que algunas personas se recuperan espontáneamente de una enfermedad que mata o deja tullidas a otras.
No sabemos por que algunas personas mueren en accidentes automovilísticos o de aviación, mientras que otras, sentadas a su lado, salen con algunos cortes y magulladuras, además de un gran susto.
No puedo creer que Dios elija escuchar los rezos de algunas personas y no los de otras. No hay ninguna razón aparente para que haga esto.
Ninguna investigación exhaustiva de las vidas de los muertos y de los supervivientes en el accidente nos ayudaría a aprender a vivir y orar para conseguir también nosotros el favor de Dios.
Cuando ocurren los milagros y la gente sobrevive contra todas las expectativas, haríamos bien en inclinarnos para reverenciar y agradecer la presencia del milagro, en vez de pensar que fue el resultado de nuestras oraciones, contribuciones o abstinencias. Porque la próxima vez que lo intentemos, podremos volver a preguntarnos por que nuestras oraciones fueron ineficaces.

Otra categoría inadecuada de oraciones son las oraciones cuya intención es causar daño a otra persona.
Si la oración, como la religión en su totalidad, cumple la función de ensanchar nuestras almas, no debería ser puesto al servicio de la maldad, la envidia o la infamia.
Una vez me contaron la historia de dos comerciantes que eran rivales encarnizados.
Sus comercios estaban situados uno frente al otro y se pasaban el día en la puerta observando como el otro hacia sus negocios.
Cuando un cliente entraba en uno de los comercios, el agraciado sonreía triunfante a su rival.
Una noche, un ángel se le apareció en sueños a uno de ellos y le dijo:
—Dios me ha enviado para enseñarte una lección.
Él te otorgará cualquier cosa que le pidas, pero quiero que sepas que, sea lo que sea, tu competidor del otro lado de la calle recibirá el doble.
Si quieres ser rico, puedes llegar a serlo mucho, pero él lo será doblemente. Si quieres una vida larga y saludable te será concedida, pero la de él será doblemente larga y saludable. Puedes ser famoso, tener hijos de los que te enorgullezcas, lo que desees. Pero, obtengas lo que obtengas, él recibirá el doble.

El hombre frunció el ceño, pensó un momento, y luego dijo:
—Está bien: ¡déjame tuerto!
Por último, no podemos rezarle a Dios para que realice algo que nosotros mismos podríamos hacer para ahorrarnos el esfuerzo.

El teólogo contemporáneo, Jack Riemer, escribió estas palabras en Likrat Shabbat
No podemos simplemente rezarte, oh Dios, para que pongas fin a. las guerras, porque sabemos que creaste el mundo de manera que el hombre debe encontrar su propio sendero hacia la paz dentro de sí mismo y con su prójimo.
No podemos simplemente rezarte, oh Dios, para que pongas fin al hambre, porque ya nos diste las recursos con los que alimentar al mundo entero si los usamos sabiamente.
No podemos simplemente rezarte, oh Dios, para que erradiques el prejuicio, porque ya nos has dado la vista con la que podemos ver lo bueno que hay en coda hombre si la usamos correctamente.
No podemos simplemente rezarte, oh Dios, para que pongas fin a la desesperanza, porque ya nos diste el poder para limpiar los barrios bajos y dar esperanza si utilizamos nuestro poder con justicia.
No podemos simplemente rezarte, oh Dios, para que pongas fin a la enfermedad, porque ya nos diste la inteligencia con la que poder buscar curas y remedios si la usamos constructivamente. En cambio te rezamos, oh Dios, para que nos des fuerza, determinación y voluntad, para hacer en lugar de simplemente rezar, para ser en vez de sólo desear.
Si no podemos orar pidiendo lo imposible o lo antinatural, si no podemos orar motivados por un sentimiento de venganza o de irresponsabilidad, pidiendo a Dios que haga nuestro trabajo por nosotros,
¿qué podemos pedir en nuestras oraciones?
¿Qué puede hacer una oración para ayudarnos cuando estamos heridos?

Lo primero que hace una oración por nosotros es ponernos en contacto con otra gente, con personas que comparten nuestras preocupaciones, valores, sueños y dolores.

A fines del siglo XIX y principios del XX, vivió uno de los fundadores de la sociología, un francés llamado Émile Durkheim.
Nieto de un rabino ortodoxo,
Durkheim se interesó por el papel que juega la sociedad en moldear la perspectiva ética y religiosa de las personas.
Para investigar como era la religión antes de ser formalizada con libros de oración y un clero profesional, paso muchos años de su vida viviendo en las islas de los Mares del Sur estudiando la religión de los nativos.
En 1912 publicó su obra fundamental Formas elementales de la vida religiosa, en la que sugiere que el propósito principal de la religión en sus niveles más elementales no era poner a las personas en contacto con Dios,

sino ponerlas en contacto entre ellas.

Los ritos han enseñado a la gente a compartir con los miembros de su comunidad las experiencias del nacimiento y del duelo,

del matrimonio de los hijos y de la muerte de los padres.

Había rituales para la siembra de la cosecha,

el solsticio de invierno y para el equinoccio de verano.

De esta manera, la comunidad estaría capacitada para compartir los momentos más alegres y más amedrentadores de la vida.

Nadie tendría que enfrentarlos solo.

Pienso que incluso ahora esta es la función que mejor cumple la religión.

Hasta personas que no sienten inclinación por los ritos contraen matrimonio pronunciando las palabras tradicionales de la ceremonia religiosa,

en presencia de sus familiares y amigos, a pesar de que el matrimonio tendría la misma validez legal si fuera realizado en la intimidad del despacho del juez de paz.

Sentimos la necesidad de compartir con otra gente nuestras alegrías y, más aún, nuestros temores y penas.

La costumbre judía de practicar el shiva, la semana de recuerdo que sigue a una muerte,

y el velatorio o la visita a la capilla ardiente de los cristianos, surgen de esta necesidad.

Cuando nos sentimos tan solos, marcados por la mano del destino;

cuando sentimos la tentación de arrastrarnos hacia un rincón oscuro para apiadarnos de nosotros mismos,

necesitamos que nos recuerden que formamos parte de una comunidad,

que existe gente a nuestro alrededor que se preocupa por nosotros y que seguimos formando parte de la corriente de la vida.

En estos momentos, la religión nos dicta qué debemos hacer, moviéndonos a estar con otras personas

y a que les permitamos entrar en nuestras vidas.

Muchas veces, cuando me encuentro con una familia después de una muerte y antes de un servicio fúnebre, me preguntan:
Realmente, ¿es necesario que hagamos el shiva y tengamos a toda esa gente molestando en nuestra casa?
¿ No les podemos pedir que se marchen y nos dejen solos?

Mi respuesta es: No, lo más necesario en esos momentos es dejar que los demás entren en nuestro hogar, en nuestra pena. Necesitamos compartir nuestro dolor con ellos, hablar con ellos, dejar que nos consuelen.
Necesitamos que nos recuerden que aún estamos vivos.

Entre los ritos judíos de duelo, hay una costumbre maravillosa llamada se'udat havra'ah, la comida del relleno. Cuando se vuelve del cementerio, la persona que está de duelo no debe servirse la comida (o servir a las otras personas). Son los demás los que tienen que servirle simbolizando el modo en que la comunidad se reúne a su alrededor para apoyarle e intentar llenar el vacío que se ha producido en su mundo.

Y, cuando el deudo acude a los servicios religiosos para recitar el Kaddish,

la oración que se pronuncia durante todo el año posterior a la muerte, siente el apoyo de la congregación que le rodea.

Ve y oye a otras personas dolidas, que se lamentan tanto como él y se siente menos marcado por la adversidad,

reconfortado por su presencia, al ser aceptado y consolado por la comunidad

y no evitado como una víctima a quien Dios consideró justo castigar.
En el incidente con el que comenzó este capitulo, un extraño me telefoneo para que orara por su madre a la que debían operar de urgencia.
¿Por qué acepte, cuando no creo que mis oraciones (ni tampoco las suyas) empujen a Dios a cambiar el resultado de la cirugía? Al aceptar le estaba diciendo: "Escucho la preocupación que sientes por tu madre. Entiendo que estas preocupado y asustado por lo que pueda suceder.
Quiero que sepas que tanto yo, como los demás miembros de esta comunidad, te acompañamos en tu sentimiento. Estamos contigo, aunque no te conozcamos, porque podemos imaginarnos a nosotros mismos en una situación semejante, esperando y necesitando todo el apoyo posible.
Tenemos esperanzas y oramos junto a ti para que todo resulte bien, para que no tengas que sentir que estas enfrentándote solo a esta terrible situación.
Si te ayuda, si ayuda a tu madre saber que nosotros también nos interesamos y esperamos su pronta recuperación, déjame decirte que estamos contigo". Creo con fe sincera que saber que a la gente le importamos puede afectar el curso de la salud.
La oración, cuando es ofrecida correctamente, redime a las personas de la soledad, les asegura que no necesitan sentirse solas y abandonadas, les hace saber que son parte de una realidad mayor, con mas profundidad, esperanza, valentía y perspectivas de futuro que lo que cualquier individuo podría obtener con sus solas fuerzas.
Una persona asiste a un servicio religioso y recita las oraciones tradicionales, no para encontrar a Dios (hay muchos otros lugares donde puede encontrarle), sino para encontrar una congregación, gente con la cual compartir lo mejor de uno mismo. Desde este punto de vista, ser capaz de orar es una ayuda grande y trascendental, al margen de que las oraciones puedan transformar al mundo o no.

Harry Golden se refiere al tema en una de sus historias.
Dice que cuando era joven una vez preguntó a su padre:
—Si no crees en Dios, ¿Por qué asistes tan regularmente a la sinagoga?
—Verás —respondió su padre— Los judíos asisten a la sinagoga por diferentes motivos.
Mi amigo Garfinkle, que es ortodoxo, va para hablar con Dios.
Yo voy para hablar con Garfinkle
Pero esto es solamente la mitad de la respuesta a nuestra pregunta sobre para que sirven las oraciones. (Y quizá sea la mitad menos importante.)
Más allá de ponernos en contacto con otra gente, la oración nos pone en contacto con Dios. No estoy seguro de que nos ponga en contacto con Dios de la forma en que piensa la mayoría de la gente, que nos aproximamos a Dios suplicando, como un mendigo que pide favores, o como un cliente presentando una lista de compras y preguntando cuál es el precio.
La oración no es una cuestión de pedir a Dios que cambie ciertas cosas.
Si logramos comprender como pueden y deben ser las oraciones, y si abandonamos algunas expectativas irreales, estaremos más capacitados para recurrir a la oración, y a Dios, cuando más lo necesitemos.
Permítame confrontar dos plegarias de la Biblia, ambas pronunciadas por la misma persona, en casi las mismas circunstancias, con veinte años de diferencia. Las dos se encuentran en el Libro de Génesis, donde se relatan las vidas de los patriarcas. En el capitulo 28 nos encontramos a Jacob en su juventud, pasando su primera noche fuera de casa.
Ha abandonado el hogar paterno tras reñir con su padre y su hermano.
Viaja a pie hacia la tierra de Aram, a vivir con su tío Labán. Asustado y sin experiencia, sintiéndose avergonzado por lo que ha hecho en su casa y sin saber que le espera en Casa de Labán, ora:
"Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje en que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si volviere en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios. Y esta piedra que he puesto por señal, será casa de Dios; y de todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para ti".
La oración de Jacob es aquí la plegaria de un joven asustado, que se propone llevar a cabo algo difícil y, al no estar seguro de poder realizarlo, piensa que puede "sobornar" a Dios para que haga marchar las cosas. Esta dispuesto a hacer que sea conveniente para Dios protegerle y permitirle prosperar, y al parecer cree en un Dios cuyo favor puede ser ganado y su protección comprada con promesas de rezos, piedad y adoración exclusiva.
Su actitud, muy parecida a la de mucha gente que hoy se enfrenta a la enfermedad y al infortunio, se expresa de esta manera: "Por favor Dios, haz que todo salga bien esta vez y haré lo que quieras.
Dejaré de mentir, asistiré a los servicios regularmente; dime que hacer y lo haré, a cambio tan sólo de que me concedas lo que te pido". Cuando no estamos implicados personalmente, podemos reconocer fácilmente que se trata de una actitud inmadura por parte de la persona que ora.
Aunque no constituye una actitud inmoral, es sin duda errónea. Las bendiciones de Dios no están en venta.

Finalmente, Jacob aprende esta lección.
La historia bíblica nos cuenta que vivió veinte años en casa de Labán, contrajo matrimonio con sus dos hijas y tuvo muchos niños.
Trabajó muy duro para comenzar a acumular una pequeña fortuna. Un día, decidió tomar sus esposas y niños, sus manadas y rebaños, y regresar a casa.
Llegó a las orillas del río donde se detuvo para orar en el capitulo 28. También esta vez se sentía lleno de ansiedad y de temor.
Una vez más se dirigía hacia un nuevo país, hacia un futuro incierto. Sabía asimismo que al día siguiente tendría que enfrentarse con su hermano Esaú, que veinte años atrás amenazo con matarle. Una vez más Jacob oró pero, en esta oportunidad, quizá por ser veinte años más viejo y más sabio, su plegaria fue diferente a la que pronuncio en su juventud.
En el capitulo 32 del Génesis, ora Jacob: "Dios de mi padre Abraham, y Dios de mi padre Isaac,
Jehová, que me dijiste: Vuélvete a tu tierra y a tu parentela, y yo te haré bien; menor soy que todas las misericordias y que toda la verdad que has usado para con tu siervo; pues con mi cayado pasé este Jordán, y ahora estoy sobre dos campamentos.
Líbrame ahora de la mano de mi hermano, de la mano de Esaú, porque le temo... Y tú has dicho: Yo te haré bien, y tu descendencia será como la arena del mar".

En otras palabras, Jacob no utiliza más sus oraciones para tratar de negociar con Dios, ni le presenta una larga lista de pedidos (comida, ropa, prosperidad, protección).
Reconoce que no existe moneda con la que pagar a Dios sus bendiciones y su ayuda. La madura plegaria de Jacob dice simplemente: "Dios no tengo nada que pedirte ni nada que ofrecerte.
No tengo derecho a esperar más de lo que me has dado. Me dirijo a Ti por una sola razón: porque Te necesito. Tengo miedo. Mañana debo enfrentarme con algo difícil, y no estoy seguro de poder hacerlo solo, sin Ti. Dios, una vez me diste motivo para pensar que podría hacer algo de mi vida.
Si tal era Tu intención, ayúdame otra vez, porque no puedo enfrentarme solo a esta situación".
Jacob no le esta pidiendo a Dios que haga desaparecer a Esaú que lo paralice o que borre su memoria por arte de magia, sino que le ruega que le ayude a superar su temor, haciéndole saber que Él está a su lado; que pase lo que pase al día siguiente, podrá manejar la situación porque no tendrá que enfrentarla solo.

Éste es el tipo de oración a la que Dios responde.
No podemos orar para que nos libere de nuestros problemas. Tal cosa no ocurrirá.
No podemos pedirle que nos haga a nosotros y a las personas que amamos inmunes a la enfermedad, porque no puede hacerlo. No podemos pedirle que pronuncie un encantamiento mágico para que las cosas malas les sucedan solamente a los demás y no a nosotros.
Quienes oran pidiendo milagros no reciben mas milagros que los que obtienen los niños que oran pidiendo una bicicleta o buenas notas, o las personas que piden un novio o novia.
Pero las personas que oran pidiendo coraje, valor, fuerzas para soportar lo insoportable por la gracia de recordar lo que aún les queda en vez de lo que han perdido, descubren muchas veces que sus oraciones son respondidas.

Descubren que poseen más fuerzas y más coraje del que creyeron tener.
¿Dónde los obtuvieron?
Me gustaría pensar que sus rezos les ayudaron a encontrar la fuerza, liberar las ocultas reservas de fe y coraje que antes no tenían a su disposición. La viuda que el día del funeral de su marido se pregunta qué razón puede tener para vivir en ese momento, pero que en el curso de las semanas siguientes encuentra motivos para levantarse por la mañana y seguir adelante; el hombre que perdió su empleo o tuvo que cerrar su comercio y me dice que está muy viejo y cansado para comenzar de nuevo, pero que de todos modos comienza de nuevo,
¿De dónde obtuvieron la fuerza, la esperanza, el optimismo, que no tenían el día que me hicieron estas preguntas?
Me gustaría creer que recibieron todo eso del contexto de la comunidad que se preocupa, de la gente que les demostró que a ellos les importa, y del conocimiento que Dios está de parte del afligido y del apesadumbrado.

Si nos imaginamos la vida como una especie de juegos olímpicos, algunas de las crisis de la vida son como carreras cortas: requieren un máximo de concentración emocional durante un tiempo breve. Al rato se acaban, y la vida retorna a la normalidad.
Pero otras crisis son como carreras de fondo: exigen que nos concentremos durante un periodo más largo, y esto puede ser mucho más difícil.

He visitado gente en el hospital después de haber sufrido quemaduras, o de haberse roto la espalda en un accidente.
Durante los primeros días están agradecidas por encontrarse con vida, llenos de confianza.
—Soy un luchador, no me daré por vencido. En este periodo los amigos y los familiares se congregan a su alrededor, apoyándoles, cuidando su bienestar, llenos de simpatía y preocupación.
Después, cuando los días se convierten en semanas y meses, el ritmo de la crisis que se extiende comienza a afectar por igual al paciente y al pariente. El enfermo se impacienta con la rutina diaria y la aparente falta de progreso. Se irrita con sí mismo por no mejorar mas rápido, o con los médicos, por no poseer la magia precisa que produzca resultados instantáneos.
La esposa, tan solícita cuando diagnosticaron el cáncer de pulmón del marido, se da cuenta de que cada día esta más irritable e impaciente.
—Claro que siento lástima por él
—dice—, pero yo también tengo mis necesidades.
Durante años trabajó de más, no se preocupo por su salud, y ahora, cuando se encuentra en esta situación, espera que yo abandone mi propia vida y me convierta en su enfermera.

Es evidente que ama a su marido y que se siente mal porque está enfermo.
Pero puede que se este cansando de la penosa experiencia sin un final cercano.
Quizá tenga miedo de enviudar, se sienta preocupada por su futuro económico, enojada con el esposo por haber enfermado (especialmente si ha estado fumando o no ha cuidado su salud), desgastada por el insomnio que le causan las preocupaciones. Está experimentando el miedo y la fatiga, que se expresan como impaciencia y enojo.

De manera similar, los padres de un niño retrasado se enfrentan a una situación sin perspectiva de final.
Los primeros años de simpatía y resignación deleitándose con cada paso vacilante y cada palabra balbuceada, pueden dar lugar a un periodo de frustración y enojo, cuando el niño se atrasa más y más en relación con los niños de su edad y olvida todo lo que a duras penas le enseñaron.
Probablemente los padres se sentirán culpables y se harán reproches por perder la paciencia con un niño que no tiene la culpa de sus limitaciones.
¿De dónde extraen la fuerza que necesitan para continuar día tras día?
O, para el caso, ¿de dónde sacan el coraje para enfrentarse a un nuevo día el hombre afectado de un cáncer inoperable, o la mujer que sufre del mal de Parkinson, cuando no tienen perspectivas de un final feliz?
Tengo fe en que Dios es la respuesta también para esta gente, aunque no de la misma manera.
No creo que Dios provoque el retraso mental de los niños o que decida quien debe sufrir de atrofia muscular. El Dios en el que creo no nos envía el problema; nos da la fuerza para hacerle frente.

¿De donde podremos obtener el vigor para seguir adelante cuando hemos agotado nuestras reservas?
¿A quién le pediremos paciencia cuando se nos ha agotado, cuando sentimos que hemos sido muy pacientes durante mas años de los que se le puede pedir a una persona y no hay perspectiva de un final feliz?
Tengo fe en que Dios nos da fuerza, paciencia y esperanza, en que renueva nuestras reservas espirituales cuando se nos agotan.
¿De qué manera la gente enferma consigue encontrar más energía y mejor humor que cualquier otra persona, a no ser que Dios alimente sus almas? ¿De qué otra forma juntan fuerza las viudas para recomenzar sus vidas y enfrentarse solas al mundo, cuando el día del funeral de sus maridos carecían de dicha fuerza?
¿De qué otra manera vuelven los padres de un joven subnormal a sus responsabilidades cotidianas sino apoyándose en Dios cuando se sienten débiles?

No tenemos que rogar a Dios ni sobornarle para que nos de fuerzas, esperanza o paciencia.
Solo tenemos que dirigirnos a Él admitiendo que necesitamos ayuda, y aprender que soportar con coraje una larga enfermedad es una de las acciones más humanas —y más divinas— que jamás podremos realizar. Una de las cosas que constantemente me aseguran que Dios es real, y no una idea inventada, es el hecho de que la gente que ora pidiendo fuerzas, esperanzas y coraje encuentre con tanta frecuencia unas cantidades de fuerza, esperanza y coraje que no poseían antes de orar.

También creo que los niños enfermos deben orar para obtener la fuerza que les ayude a soportar sus padecimientos.
Deben orar para que la enfermedad y el tratamiento no les provoquen demasiado dolor.
Deben orar para librarse de los miedos, sin sentirse avergonzados por expresarlos en voz alta, y deben orar para restablecer la certeza de que no están solos.
Dios se encuentra cerca de ellos, también de noche en el hospital, cuando los padres han vuelto a casa y los médicos ya se han retirado. Dios continúa estando con ellos también cuando están tan enfermos que los amigos ya no los vienen a visitar
. El miedo al dolor y el miedo al abandono constituyen quizá el aspecto de la enfermedad que mas preocupa al niño, y la oración debe usarse para calmarlos.
Los niños enfermos pueden orar pidiendo un milagro que les devuelva la salud, siempre que no sientan que Dios los juzga para decidir si lo merecen, Deben orar porque la alternativa seria perder la esperanza y contar las horas que faltan hasta el final.

—Si Dios no puede hacer desaparecer mi enfermedad, ¿para qué sirve? ¿Quién lo necesita?
Dios no quiere que estés enfermo o paralítico.
Él no te hizo tener este problema, ni quiere que sigas teniéndolo, pero no puede hacerlo desaparecer.
Esto es algo muy difícil, hasta para Dios. ¿Para qué sirve, entonces, Dios?
Dios crea a las personas que se convierten en médicos y enfermeras para tratar de hacerte sentir mejor. Dios nos ayuda a ser fuertes y valientes, incluso cuando estamos enfermos y asustados.
Él nos devuelve la certeza de que no tendremos que enfrentarnos solos a nuestro destino, a nuestro miedo y a nuestros dolores.

La explicación convencional, esto es, que Dios nos envía la carga porque sabe que somos lo suficientemente fuertes para soportarla, ha confundido todo. Es el destino, y no Dios, el que nos envía el problema. Cuando tratamos de enfrentarnos con él, nos damos cuenta de que no somos fuertes, que somos débiles: nos cansamos, nos irritamos, nos sentimos abatidos.
Comenzamos a preguntarnos de dónde sacamos fuerza para continuar viviendo. Pero cuando llegamos al límite de nuestras fuerzas y coraje, algo inesperado sucede.
Encontramos un vigor que se genera fuera de nosotros mismos y, con el conocimiento de que no estamos solos, que Dios esta a nuestro lado, seguimos adelante.

Así fue como respondí a la joven viuda que me desafío a que le demostrara la eficacia de la oración.

Su marido acababa de morir de cáncer y me contó que, en las últimas etapas de su enfermedad, oró por su recuperación.
También oraron todos sus parientes y vecinos.
Un vecino protestante invocó al círculo de oración de su iglesia, y un vecino católico pidió la intervención de San Judas, patrón de las causas perdidas. Cada variedad, lenguaje e idioma de plegaria se unieron a su favor, mas ninguno funcionó.
Murió tal como fue pronosticado por los médicos, dejándola a ella y a los niños sin marido y sin padre.

—Después de todo esto —me dijo la mujer—, ¿cómo podemos tomar las oraciones en serio?
¿Crees de verdad —pregunte— que tus oraciones no fueron respondidas?
Tu marido murió; no hubo ninguna cura milagrosa para su enfermedad.
Pero, ¿qué sucedió? Tus amigos y parientes oraron. Judíos, católicos y protestantes. En un momento en el que te sentías desesperadamente sola, descubriste que no era así. Descubriste que mucha gente sufría por ti y contigo y esto es importante.
Trataban de decirte que lo que te sucedía no se debía a que fueras mala, que era una injusticia que nadie podía solucionar.
Intentaban transmitirte que la vida de tu marido significaba mucho también para ellos, no solo para ti y tus niños, y que pasara lo que pasase, no te quedarías completamente sola. Este era el mensaje de sus oraciones, y sospecho que fue muy significativo para ti.

¿Y que decir respecto a tus oraciones?
¿No fueron respondidas?
Te enfrentaste a una situación que podía haberte quebrado el espíritu, que podía haberte convertido en una mujer amargada, retraída, envidiosa de todas las familias a tu alrededor, incapaz de responder a la promesa de estar viva. De alguna manera no sucedió tal cosa.
De alguna manera hallaste fuerzas para no desmoronarte, encontraste el resorte para seguir viviendo e interesarte por otras cosas. Como Jacob en la Biblia, te enfrentaste a una situación aterradora,

oraste pidiendo ayuda y descubriste que eres mas fuerte y mas capaz de manejar la situación de lo que jamás creíste. En tu desesperación abriste tu corazón en la plegaria. ¿Y qué paso?
No conseguiste un milagro que impidiera la tragedia, pero descubriste gente a tu alrededor, y a Dios a tu lado, y fuerza dentro de ti para ayudarte a sobreponerte a la tragedia.

Para mí, éste es un ejemplo de oración escuchada. Así se lo ofrezco.

8.
ENTONCES, ¿PARA QUÉ
SIRVE LA RELIGIÓN?

En cierto sentido he estado escribiendo este libro durante quince años.
Desde el día en que escuche la palabra "progeria" (vejez prematura) y me dijeron lo que significaba, supe que alguna vez tendría que enfrentarme a la decadencia y muerte de Aaron.
Supe que, después de que muriera, sentiría la necesidad; de escribir un libro, de compartir con, otras personas la historia de como conseguimos seguir creyendo en Dios y en el mundo después de haber sido lastimados.

No tenía idea de qué nombre le pondría al libro,

ni estaba completamente seguro de lo que escribiría en el.
Pero sabía que la página que vendría después del título llevaría una dedicatoria para Aaron.
Podía ver la dedicatoria y, bajo ella, aquella cita de la Biblia en la que el Rey David exclama después de la muerte de su hijo: "¡Absalón, hijo mío! ¡Quién me diera que fuera yo el muerto en tu lugar! ¡Absalón, hijo mío, hijo mío!"
Un día, año y medio después de la muerte de Aaron, me di cuenta de que, en mi imaginación, comenzaba a ver esa página de manera diferente. En vez del pasaje en el que David desea haber muerto en lugar de su hijo, vi las palabras de David tras la muerte de un hijo que tuviera anteriormente, el pasaje que de hecho use parcialmente en la dedicatoria de este libro:

Mas David,viendo a sus siervos hablar entre sí, entendió que el niño había muerto; por lo que dijo David a sus siervos: ¿Ha, muerto el niño? Y ellos respondieron: Ha muerto. Entonces David se levanto de la tierra, y se lavó y se ungió, y cambio sus ropas, y entro a la casa de Jehová, y adoró. Después vino a su casa, y pidió, y le pusieron pan, y comió. Y le dijeron sus siervos: ¿Qué es esto que has hecho? Por el niño, viviendo aún, ayunabas y llorabas; y muerto él, te levantaste y comiste pan. Y el respondió: Viviendo aún el niño, yo ayunaba y lloraba, diciendo: ¿Quién sabe si Dios tendrá compasión de mí, y vivirá el niño? Más ahora que ha muerto, ¿para qué he de ayunar? ¿Podré yo hacerle volver? Yo voy a él, mas él no volverá a mí. (II Samuel 12: 19-23)

Supe entonces que había llegado el momento de escribir mi libro.
Había superado la autocompasión hasta el punto en que podía hacer frente a la muerte de mi hijo y aceptarla. Un libro que contara lo herido y dolido que me sentía no serviría de mucho. Tenía que ser un libro que afirmara la vida. Tenía que decir que nadie nos prometió nunca una vida libre de dolor y desazón.
Lo máximo que nos prometieron fue que no estaríamos solos en nuestro dolor, y que podríamos conseguir energía y coraje, de una fuerza exterior a nosotros, para sobrevivir las tragedias y las injusticias de la vida.

Ahora, debido a la vida y a la muerte de Aaron, soy una persona más sensible, un pastor más eficaz y un consejero más comprensivo precisamente a causa de mi tragedia. Y entregaría todas estas ganancias en un segundo si pudiera tener a mi hijo de nuevo conmigo
. Si pudiera elegir, renunciaría a todo el crecimiento y profundidad espiritual que obtuve con mis experiencias, y volvería a ser lo que fui hace quince años, un rabino común, un consejero indiferente, ayudando a algunas personas e incapaz de ayudar a otras, y padre de un niño brillante y feliz.

Pero no puedo elegir.

Creo en Dios.

Pero no creo las mismas cosas en que creía hace años, cuando estaba creciendo o cuando era un estudiante de teología.

Reconozco sus limitaciones.

Esta limitado en lo que puede hacer por las leyes de la naturaleza,

por la evolución de la naturaleza humana

y por la libertad moral humana.

No hago a Dios responsable de las enfermedades, accidentes y desastres naturales, porque me doy cuenta que gano poco y pierdo mucho cuando le culpo por estas cosas. Puedo adorar mas fácilmente a un Dios que odia el sufrimiento pero que no puede eliminarlo, de lo que podría adorar a un Dios que elige hacer sufrir a los niños, no importa cuáles fueren sus sublimes motivos. Hace algunos años, cuando estaba de moda la "teología de la muerte de Dios", recuerdo que vi una calcomanía que decía: "Mi Dios no ha muerto; te doy el pésame por el tuyo".
Sospecho que mi calcomanía diría.: "Mi Dios no es cruel; lo lamento por el tuyo".

Dios no provoca nuestros infortunios.
Algunos son causados por la mala suerte, otros por la mala gente, y otros son simplemente la consecuencia inevitable de que somos humanos y mortales, y vivimos en un mundo de leyes naturales inflexibles.
Las cosas dolorosas que nos suceden no son castigos por nuestro mal comportamiento, ni forman parte de algún gran designio divino. Ya que la tragedia no es causada por la voluntad de Dios, no tenemos que sentirnos heridos o traicionados por Dios cuando la tragedia nos golpea.
Precisamente porque creemos que Dios se siente tan agraviado como nosotros por dicha tragedia, podemos volvernos a Él pidiéndole ayuda para superarla.

¿Significa esto acaso que el sufrimiento no tiene sentido?
Tal vez éste sea el desafío más significativo que se puede presentar al punto de vista por el que he abogado a lo largo de este libro. Podríamos soportar casi cualquier dolor o desazón si creyéramos que tras ellos hay una razón o un propósito. Pero hasta una carga menor se nos vuelve demasiado pesada cuando sentimos que carece de sentido. Los pacientes en un hospital de veteranos de guerra, seriamente heridos en combate, se resignan mas fácilmente a sus heridas y sus dolores, que los pacientes que se han herido con la misma gravedad jugando al baloncesto o nadando en una piscina, porque pueden decirse a sí mismos que sufren por una buena causa. Por la misma razón, los padres que pueden convencerse a sí mismos de que los defectos de sus hijos sirvieron a algún propósito en algún lugar, pueden aceptarlo mejor.

¿Recuerda la historia bíblica, en el capitulo del Éxodo en que Moisés, al bajar del monte Sinaí y ver a los israelitas adorando al becerro de oro, tiró y rompió las tablas de los Diez Mandamientos?
Hay una leyenda judía que cuenta que cuando Moisés descendía de la montaña con las dos tablas de piedra en las que Dios había grabado los Diez Mandamientos, no tenia problemas para cargarlas a pesar de que eran grandes y pesadas, y el sendero era escarpado.
Después de todo, aunque pesadas, habían sido grabadas por Dios y eran preciosas para él. Pero, según la leyenda, cuando Moisés llegó hasta el pueblo que danzaba alrededor del becerro de oro, las palabras se borraron. Las piedras volvieron a ser lisas y demasiado pesadas para seguir cargándolas.

Podríamos soportar cualquier carga si pensáramos que lo que hacemos tiene sentido.
¿Significa esto que decir a la gente que sus enfermedades, infortunios y tragedias familiares no son calamidades enviadas por Dios como parte de algún plan, suyo; hace que les resulte más difícil aceptarlo?
Permítame sugerirle que las cosas malas que nos suceden en la vida no tienen ningún designio cuando nos ocurren. No suceden por algún motivo que nos haría aceptarlas de buena gana. Pero podemos darles un significado; podemos redimirlas del absurdo imponiéndoles un significado.
La pregunta que deberíamos formularnos no es: "¿Por qué me sucedió esto a mí? ¿Qué hice yo para merecer esto?"
Ésta es una pregunta imposible de responder y carente de sentido.
Una pregunta mejor seria: "Ahora que esto me ha ocurrido ¿qué puedo hacer al respecto?"

Martin Gray, un superviviente del gueto de Varsovia y del Holocausto, relató su vida en un libro titulado En nombre de todos los míos.
Nos dice cómo, después del Holocausto, reconstruyo su vida, tuvo éxito, contrajo matrimonio, crío una familia.
La vida parecía buena después de los horrores del campo de concentración.
Entonces, un día, su mujer y sus niños murieron durante un incendio forestal que destruyo su hogar en el sur de Francia. Gray quedo abatido, casi a punto de venirse abajo tras esta tragedia adicional. La gente le animó a exigir una investigación acerca de la causa del incendio, pero en lugar de ello invirtió todos los recursos con los que contaba para crear un movimiento destinado a proteger la naturaleza de futuros siniestros.
Explicó que una investigación se concentraría solamente en el pasado, el dolor, el lamento y la culpa, y lo que él pretendía era fijarse en el futuro.

Una investigación le obligaría a enfrentarse con otra gente para saber si hubo negligencia de parte de alguien,

para saber de quién fue la culpa, y así se pondría en contra de la gente.

Salir a la caza del villano, acusar a otras personas de ser responsables de nuestra miseria, solamente nos hace más solitarios.

La vida, concluyo, debe ser vivida por algo, no simplemente contra algo.

Tambien nosotros necesitamos superar las preguntas que se centran sobre el pasado y el dolor
("¿Por qué me tenía que pasar a mí?") y formular en su lugar las que abren las puertas del futuro ("Ahora que esto ha ocurrido ¿que puedo hacer?").

Permítame citar una vez mas a Dorothee Soelle, la teóloga alemana que ya he mencionado en el capítulo quinto, preguntando de qué lado estaba Dios en los campos de concentración, del lado de los asesinos o del de las víctimas.
Soelle señala en su libro Sufrimiento que la "pregunta mas importante que podemos formular acerca del sufrimiento es preguntarnos a quien le sirve. ¿Sirve a Dios o al demonio? ¿Nos permite estar vivos o nos paraliza moralmente?"
La cuestión hacia la cual Soelle apunta no es de dónde viene la tragedia, sino adonde nos conduce.
En este contexto, habla de "los mártires del diablo".
¿Qué quiere decir con esa expresión? Estamos familiarizados con la idea de las religiones que honran la memoria de los mártires de Dios, personas que murieron testimoniando su fe. Recordando su fe frente a la muerte, nuestra propia fe se refuerza.
Tales son los mártires de Dios.

Pero las fuerzas de la desesperanza y de la incredulidad también tienen sus propios mártires, gente cuya muerte debilita la fe en Dios y en el mundo de otras personas.
Si la muerte de una anciana en Auschwitz o de un niño en el hospital nos hacen dudar de Dios y de la bondad del mundo, entonces esta mujer y este niño se convierten en los "mártires del diablo", testimonios contra Dios y contra el sentido de la vida moral, en vez de ser testigos en su favor. Pero (y éste es el punto mas importante de Soelle) no son las circunstancias de su muerte las que hacen que estas evidencias sean a favor o en contra de Dios: es nuestra reacción ante su muerte.

Los hechos de la vida y la muerte son neutrales.
Nosotros damos al sufrimiento un significado positivo o negativo con nuestras actitudes. Las enfermedades, los accidentes, las tragedias humanas, matan a la gente. Pero no matan necesariamente la vida o la fe. Si la muerte y el sufrimiento de alguien a quien amamos nos convierten en amargados, resentidos, contrarios a toda religión, incapaces de ser felices, entonces transformamos a la persona que murió en mártir del diablo. Si el sufrimiento y la muerte de alguien querido nos lleva a explorar los límites de nuestra capacidad de fortaleza, amor y alegría, si nos lleva a descubrir fuentes de consuelo antes desconocidas, somos nosotros quienes convertimos a esa persona en un testimonio que afirma la vida y no su rechazo.

Esto significa, nos sugiere Soelle, que aún hay algo que podemos hacer por aquellos que amamos y perdimos. No pudimos mantenerles con vida.
Quizá tampoco pudimos disminuir de forma significativa su dolor.
Pero lo mas importante que podemos hacer por ellos después de su muerte es dejarles dar testimonio de Dios y de la vida, en vez de convertirles en los "mártires del demonio" con nuestro dolor, desesperación y pérdida de fe,
Los muertos dependen de nosotros para obtener su redención e inmortalidad.

Las palabras de Soelle ponen claro como podemos actuar positivamente frente a la tragedia.

Pero, ¿qué papel juega Dios?
Si Dios no es autor de las cosas malas que le pasan a la gente buena y si no puede prevenirlas, ¿para que sirve?
Dios ha creado un mundo en el que pasan muchas más cosas buenas que malas.
Los desastres de la vida nos entristecen no solamente porque son dolorosos, sino también porque son excepcionales.
La mayoría de la gente se despierta casi siempre sintiéndose bien.
La mayoría de las enfermedades son curables.
La mayor parte de los aviones aún despegan y aterrizan con éxito.
La mayoría de las veces, cuando enviamos a nuestros hijos a jugar, vuelven sanos y salvos. El accidente, el robo, el tumor inoperable, son excepciones muy raras.

Cuando hemos sido castigados por la vida, puede resultarnos muy difícil tenerlo presente.
Cuando estamos parados frente a un objeto de gran tamaño, lo único que podemos ver es ese objeto.
Solamente alejándonos de él somos capaces de apreciar el resto del panorama. Cuando la tragedia nos aturde, únicamente podemos ver y sentir la tragedia.
Solo con el tiempo y la distancia podemos ver la tragedia en el contexto de toda una vida y todo un mundo. En la tradición judía, la oración especial conocida como el Kaddish por los muertos no se refiere a la muerte sino a la vida, y alaba a Dios por haber creado un mundo básicamente bueno y habitable.
Recitando esta plegaria, se recuerda a la persona que está de duelo que en la vida hay cosas buenas y que vale la pena vivir. Hay una diferencia crucial entre negar la tragedia, insistiendo que las cosas siempre saldrán bien, y verla en el contexto de toda una vida, teniendo en cuenta lo que nos ha enriquecido y no solamente lo que hemos perdido.

¿En qué hace Dios diferentes nuestras vidas si no mata ni cura?

Dios inspira a la gente a ayudar al prójimo que ha sido herido por la vida y, al hacerlo, les protege del peligro de sentirse solos, de creerse abandonados o juzgados. Dios hace que algunas personas quieran ser médicos o enfermeras, que estén dispuestos a sacrificarse durante días y noches de preocupación con una intensidad que el dinero no puede compensar, esforzándose para mantener la vida y aliviar el dolor. Dios mueve a las personas para que se dediquen a la investigación médica para emplear su inteligencia y energía en el estudio de las causas y posibles curas para algunas de las tragedias de la vida.

Cuando yo era niño, el comienzo del verano era el tiempo de clima mas agradable del año en la ciudad de Nueva York,

aunque también era una época de temor para las familias que tenían niños pequeños, por el miedo a las epidemias de polio.
Pero los seres humanos usaron la inteligencia que Dios les dio para eliminar ese miedo.
Durante toda la historia humana se registraron plagas y epidemias que hicieron desaparecer ciudades enteras.
La gente sentía que tenía que tener seis u ocho hijos para que alguno de ellos pudiera llegar a la edad adulta.
La inteligencia humana ha llegado a conocer cada vez mejor las leyes naturales que rigen la sanidad, los gérmenes, la inmunología, los antibióticos, y gracias a este conocimiento ha podido eliminar muchas de estas plagas.

Dios, que no provoca tragedias ni las impide, ayuda inspirando a la gente a ayudar. Como dijo un rabino jasídico del siglo XIX: "Los seres humanos son el lenguaje de Dios".
Dios muestra su oposición al cáncer y a los defectos congénitos no eliminándolos o haciendo que ocurran solamente a la gente mala (no puede hacerlo), sino que lo hace llamando a amigos y vecinos para que ayuden a llenar el vacío y a aliviar la carga. Durante la enfermedad de Aaron, fuimos apoyados por mucha gente que demostraba constantemente su cariño y su preocupación. Recuerdo a un hombre que le hizo una raqueta de tenis adecuada a su tamaño, y la mujer que le regalo un pequeño violín hecho a mano, que era una herencia de familia, y el amigo que le trajo un bate de béisbol autografiado por los Red Sox, y a todos los niños que no prestaban atención a su apariencia y limitaciones físicas al jugar con él a las canicas en el patio de atrás de la casa, sin demostrar condescendencia. Personas como éstas son "el lenguaje de Dios", son su manera de decirnos que no estamos solos ni desamparados.

De la misma manera, creo que Aaron sirvió a los designios de Dios, no por estar enfermo ni por tener una apariencia extraña (no hay motivo para que Dios quiera esto), sino por enfrentarse con tanto valor a su enfermedad y a los problemas causados por su apariencia.
Estoy convencido de que sus amigos y compañeros se quedaron impresionados por su valentía y por la manera en que consiguió vivir una vida plena a pesar de sus limitaciones.
También se que algunos conocidos de nuestra familia se sintieron conmovidos con nuestro ejemplo y pudieron atravesar los tiempos difíciles de sus propias vidas con mas esperanza y valor. Estos son ejemplos de cómo Dios motiva a la gente para ayudar a quien lo necesita.

Finalmente, me gustaría decirle a la gente que pregunta para qué sirve Dios, quién necesita de la religión, si estas cosas les suceden tanto a las buenas personas como a las malas, que Dios no puede prevenir las calamidades, pero nos da fuerza y perseverancia para sobreponernos a ellas.
¿De qué otro lugar podemos obtener estas cualidades que antes no teníamos?
El ataque del corazón que hace que el hombre de negocios de 46 años abandone parte de sus actividades, no viene de Dios, pero la determinación de cambiar su estilo de vida, de dejar de fumar, de preocuparse menos por la expansión de sus negocios y mas por pasar mayor tiempo con su familia, porque sus ojos percibieron lo que realmente es importante para él... todas estas cosas vienen de Dios. Dios no esta a favor de los ataques del corazón; éstas son las respuestas de la naturaleza a la tensión sufrida por el cuerpo. Pero Dios esta a favor de la auto-disciplina y de que formemos parte de una familia.

La inundación que asola una ciudad no es "un acto de Dios" aunque a las compañías de seguros les resulte útil llamarla así.
Pero el esfuerzo que la gente hace para salvar vidas, arriesgando la suya propia para librar de la muerte a un extraño, y la determinación para reconstruir la comunidad después que las aguas de la inundación han retrocedido, constituyen un verdadero acto de Dios.

Cuando una persona se esta muriendo de cáncer,

no hago responsable a Dios por la enfermedad ni por los dolores que siente. Tienen otras causas. Pero he visto a Dios darle la fuerza a esta gente para tomar cada hora como viene, y para estar agradecidos por un día de sol o por estar relativamente libres de dolor.

Cuando gente que nunca fue fuerte se vuelve vigorosa frente a la adversidad,

cuando gente que tendía a pensar solamente en sí misma se transforma en valiente y caritativa a resultas de una emergencia,

no me queda sino preguntarme de dónde obtuvieron estas cualidades que ellos mismos admitían no poseer antes.

Mi respuesta es que se trata de una de las maneras que tiene Dios de ayudarnos

cuando sufrimos mas allá de los límites de nuestras fuerzas.

La vida no es justa. La gente buena que no lo merece enferma, es asaltada o muere en guerras y accidentes.
Algunas personas ven las injusticias de la vida y deciden: "Dios no existe; el mundo no es más que caos".
Otros ven las mismas injusticias y se preguntan: "¿De donde obtengo el sentido de lo que es justo o injusto? ¿De dónde obtengo mi sentido de indignación, mi reacción instintiva de solidaridad cuando leo en el periódico acerca de un desconocido que ha sido castigado por la vida?
¿No recibo todas estas cosas de Dios?
¿No planta Él en mí una pizca de Su divina indignación contra la injusticia y la opresión, así como lo hizo con los profetas de la Biblia?
Mi sentido de compasión, ¿no es por ventura un reflejo de la compasión que Él siente cuando ve sufrir a Sus criaturas?
" Nuestra reacción solidaria y legítimamente indignada contra las injusticias de la vida, que son la compasión y la ira divinas expresadas a través nuestro, pueden constituir la prueba más segura de la existencia de Dios.

La religión por sí sola puede afianzar el sentido de autovaloración del doliente.
La ciencia puede describir lo que le ha ocurrido a una persona; solo la religión puede calificarla de tragedia. Únicamente la voz de la religión, cuando se libera de la necesidad de defender a, Dios y de justificarle por todo lo que pasa, puede decirle a la persona afligida: "Eres una buena persona y no me cabe duda de que te mereces algo mejor. Vamos, deja que me siente a tu lado y que este contigo para que sepas que no estas solo".

Ninguno de nosotros puede eludir la cuestión de por qué a la gente buena le pasan cosas malas.
Más tarde o más temprano, cada uno de nosotros nos descubrimos interpretando uno de los papeles de la historia de Job, ya sea como víctima de la tragedia, como familiar o como amigo que trata de consolar.
Las preguntas no cambian nunca. La búsqueda de una respuesta satisfactoria continúa.

En nuestra generación, el poeta Archibald MacLeish ha hecho su propia versión de la historia de Job en un entorno actual. La primera parte de su drama poético J.B. vuelve a narrar la historia. J.B., la figura de Job, es un hombre de negocios de éxito, que tiene una familia atractiva y amorosa. Entonces mueren sus hijos uno tras otro. Sus negocios fracasan, pierde su salud.
Finalmente toda su ciudad y una gran parte del mundo son destruidas en una guerra nuclear.

Tres amigos acuden para "consolar" a J.B., igual que en la historia bíblica, y una vez mas sus palabras son mas para ellos mismos que para dar consuelo.
En la versión de MacLeish, la primera persona que trata de consolar es un marxista que asegura a J.B. que nada de lo que le pasa es culpa suya. Ha tenido simplemente la mala fortuna de ser un miembro de la clase económica equivocada en el momento incorrecto.
Era un capitalista en el tiempo en que el capitalismo estaba declinando. Si hubiera vivido esa misma vida pero en otro siglo, no habría sufrido castigo. No sufre por ninguno de sus pecados.
Simplemente se ha puesto en el camino de la apisonadora de la necesidad histórica.
J.B. no se siente consolado por este punto de vista que toma su tragedia personal demasiado superficialmente, contemplándole simplemente como un miembro de una determinada clase social.
La segunda persona que aparece para consolar a J.B. es un psiquiatra.
—No eres culpable —le dice—, porque la culpa no existe.
Ahora que comprendemos que es lo que hace densos los seres humanos, sabemos que no tenemos posibilidad de elección.
Solo creemos que elegimos. En realidad nos limitamos a responder a los instintos. Nosotros no actuamos; son nuestros instintos los que actúan sobre nosotros. Por tanto, no tenemos responsabilidad ni culpa.

J.B. responde que una solución que le hace ser una víctima pasiva de instintos ciegos, le hurta su humanidad.
—Prefiero sufrir todos los sufrimientos sin nombre que Dios me envíe, sabiendo que fui yo quien actúo y eligió antes que lavarme las manos con las tuyas en esa infame inocencia.
La tercera y última persona que aparece para dar consuelo es un sacerdote.
Cuando J.B. pregunta que hizo para merecer tan duro castigo, le responde:
—Tu pecado es simple; naciste hombre.
¿Cuál es tu defecto? El corazón del hombre es malvado.
¿Qué hiciste? La voluntad del hombre es malvada.
J.B. es un pecador merecedor de castigo no por algo específico que ha hecho sino por haber nacido humano, todos los cuales son inevitablemente imperfectos y pecadores. J.B. le contesta:
—El tuyo es el más cruel de los consuelos; convierte al Creador del Universo en destructor de la humanidad, en un cómplice de los crímenes que castiga.
J.B. no puede dirigirse en busca de consuelo y ayuda hacia un Dios que hizo al hombre tan imperfecto y después le castiga por su imperfección.

Tras haber rechazado las explicaciones de los confortadores,
J.B. se dirige hacia el mismo Dios y, como en la Biblia, Él le responde, abrumándole y sobrecogiéndole con su terrible aparición, citando frases directamente extraídas del discurso bíblico de la tempestad.

Hasta este momento, MacLeish nos ofrece la historia bíblica de Job en un ambiente moderno.
Su final, sin embargo, es radicalmente diferente.
En la Biblia, la historia termina con Dios que recompensa a Job por haber soportado tanto sufrimiento, y le otorga nueva salud, riqueza e hijos.
En la obra no hay ninguna recompensa celestial en la última escena.
J.B. regresa junto a su esposa y se preparan para seguir viviendo juntos y formar una nueva familia.
Su amor, y no la generosidad de Dios, les proporcionará nuevos hijos para reemplazar a los que murieron.
J.B. perdona a Dios y se compromete a continuar viviendo.
Su esposa le dice:
¿Querías justicia? No hay justicia...
El amor es lo único que existe.

Los dos narradores, que representan los papeles y puntos de vista de Dios y del Demonio se quedan frustrados.
¿Cómo puede una persona que ha sufrido tanto en la vida querer seguir existiendo?
¿Quién es el héroe, Dios o él? ¿Se debe perdonar a Dios?
No hay que olvidar que Job era inocente. El Job de MacLeish responde al problema del sufrimiento humano, no con teología ni psicología, sino tomando la decisión de seguir viviendo y creando nueva vida. Perdona a Dios por no haber creado un mundo más justo, y decide tomarlo como es.
Deja de buscar justicia e igualdad en el mundo, y en su lugar decide buscar amor.

En las conmovedoras líneas finales del poema, la esposa de J.B. dice: Las velas dela iglesia están apagadas,
Las estrellas han desaparecido del firmamento.
Enciende el carbón del corazón
Y luego ya veremos… El mundo es un lugar frío e injusto en el cuál todo lo que consideraron precioso ha desaparecido.
Pero en vez de dejarse vencer por este mundo y esta vida injusta, en vez de mirar hacia atrás, a las iglesias y a la naturaleza, pretendiendo obtener respuestas, buscan dentro de ellos mismos su propia capacidad de amar.
"Enciende el carbón del corazón", porque esa pizca de luz y calor será capaz de sostenerlos.

En Dimensiones de Job, editado por Nahum N. Glatzer, MacLeish escribió un ensayo explicando lo que intentó decir en el final de su obra sobre Job.
"El hombre depende de dios para todo; Dios depende del hombre sólo en una cosa.
Sin el amor del hombre Dios no existe como Dios, sino sólo como creador, y el amor es la única cosa que ni el mismo Dios puede imponer. Se da o no es nada. Y es más auténtico, más libre, cuando es ofrecido a pesar del sufrimiento, de la injusticia y de la muerte". No amamos a Dios porque sea perfecto. No le amamos porque nos proteja del peligro y evite que nos pasen cosas malas. No le amamos porque le temamos, o porque pueda hacernos daño si le damos la espalda. Le amamos porque es Dios, porque es el autor de todo lo hermoso que hay a nuestro alrededor, porque es la fuente de nuestra fuerza, de nuestra esperanza y de nuestro valor, cualidades que nos sirven en los momentos de dificultades. Le amamos porque es la mejor parte de nosotros mismos y de nuestro mundo.
Esto es lo que significa amar.
El amor no es la admiración de la perfección, sino la aceptación de una persona imperfecta con todas sus imperfecciones, porque amarle y aceptarle hace que seamos mejores y más fuertes.

¿Hay alguna respuesta a la pregunta de por qué a la gente buena le pasan cosas malas?
Depende de lo que entendamos por "respuesta".
Si queremos decir si hay alguna explicación para comprenderlo todo, para comprender por qué existe el cáncer en el mundo, por qué se estrello el avión, por qué murió mi hijo, probablemente no exista ninguna respuesta satisfactoria.
Podemos ofrecer explicaciones bien estudiadas, pero al final, cuando hayamos cubierto todos los casilleros del tablero y nos sintamos muy orgullosos de nuestra inteligencia, el dolor, la angustia y el sentimiento de injusticia aún estarán allí. .

Pero la palabra "respuesta" puede significar tanto "contestación" como "explicación", y en ese sentido podríamos llegar a encontrar una respuesta satisfactoria a nuestras vidas. La respuesta podría ser la de Job en la versión de MacLeish de la historia bíblica: perdonar al mundo por no ser perfecto, perdonar a Dios por no hacer un mundo mejor, acercarnos a la gente que nos rodea y seguir viviendo a pesar de todo.

En el análisis final la pregunta de por qué a la gente buena le pasan cosas malas se convierte en algunas preguntas muy diferentes, sin plantearnos por qué sucedió algo, sino preguntándonos como reaccionaremos, que intentaremos hacer ahora que sucedió.

¿Es usted capaz de perdonar y aceptar con amor un mundo que le ha decepcionado por no ser perfecto, un mundo en el que hay tanta injusticia y crueldad, enfermedad y crimen, terremotos y accidentes?
¿Puede perdonar sus imperfecciones y amarle porque también puede contener gran belleza y bondad, y porque es el único mundo que tenemos?

¿Puede perdonar y amar a la gente que le rodea por no ser perfectos,

porque le lastimaron y le traicionaron?

¿Puede perdonarles y amarles, porque no existe la gente perfecta,

y porque la pena por no ser capaces de amar a la gente imperfecta

es condenarse uno mismo a la soledad?

¿Puede perdonar y amar a Dios, incluso cuando descubrió que le ha abandonado y decepcionado, permitiendo que existan la mala suerte, la enfermedad y la crueldad en su mundo, y permitiendo que algunas de estas cosas le sucedan a usted?
¿Puede aprender a amarle y perdonarle a pesar de sus limitaciones, como hizo Job, del mismo modo en que aprendió a amar y a perdonar a sus padres a pesar de no ser tan sabios, tan fuertes o tan perfectos como los necesitaba?

Si puede hacer todo esto,
¿podrá reconocer que la capacidad de perdonar y la capacidad de amar constituyen las armas que Dios nos ha otorgado para que podamos vivir plena, valiente y significativamente en este mundo tan poco perfecto?

Pienso en Aaron y en todo lo que su vida me enseñó, y me doy cuenta de todo lo que perdí de cuánto gané.
El ayer parece ahora menos doloroso, y no tengo miedo del mañana.

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